¿Para qué sirve observar y descubrir galaxias lejanas?

Un astrónomo de la UDA, que participó de un importante hallazgo, defiende la ciencia sin apuro.

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Una galaxia espiral barrada. Foto: Stockgiu.

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Hace muy poco, apenas algunas semanas atrás, se publicó en la prestigiosa revista Nature un hallazgo astronómico importantísimo: el descubrimiento de la galaxia espiral barrada —es decir, de similares características a la Vía Láctea— más lejana jamás observada, con unos 11.700 millones de años de antigüedad. En él participó Lorenzo Morelli, director del Instituto de Astronomía y Ciencias Planetarias (INCT) de la Universidad de Atacama.

Hasta ahora, por la evidencia existente, se creía que esta estructura galáctica, caracterizada por su forma espiral y una brillante barra en el medio, solo se formaba en galaxias ya maduras y desarrolladas como la nuestra, un proceso que demora aproximadamente unos mil millones de años.

Pero esta galaxia, observada mediante el telescopio espacial James Webb (JWST), y por la distancia a la que se encuentra, “solo” tendría unos 600 millones de años. En otras palabras, “esto nos pone en un dilema, porque al contrario de lo que se pensaba, esta galaxia necesitó de muy poco tiempo para desarrollar todas sus características”, dice Morelli desde Copiapó. 

Lorenzo Morelli, astrónomo y director del INCT de la U. de Atacama.

Noticias como esta, gracias a los enormes avances tecnológicos —como el JWST, en funcionamiento hace menos de dos años— y la mayor cantidad y calidad de investigadores, aparecen con cada vez más frecuencia en las secciones científicas de los medios: nuevos hallazgos, impactantes descubrimientos, reveladoras imágenes o inédita evidencia surgen casi diariamente. La pregunta es: ¿de qué nos sirve conocer lo que pasa tan pero tan lejos de acá?

Es la duda que tiene Antonio, un almacenero de Recreo, residencial barrio de Viña del Mar, mientras en la tele de su negocio informan sobre los gases detectados en una luna de Júpiter. “Con tantos problemas que tenemos acá en la Tierra, ¿para qué gastan tanta plata mirando el espacio?”, dice después de pesar unos plátanos y envolver seis huevos.

La útil inutilidad de las ciencias

¿Deben todas las ciencias perseguir una utilidad inmediata? Este dilema, que se ha acrecentado en este siglo —por la alta competencia académica y las exigencias de rentabilidad—, está lejos de ser nuevo.    

En 1904, el gran científico y filósofo francés Henri Poincaré ya defendía “la ciencia por la ciencia”, una disciplina que solo conseguiría grandes resultados si se realizaba sin pretensiones comerciales ni utilitarias. “El hombre de ciencia no estudia la naturaleza porque sea útil”, escribió. “La estudia porque encuentra placer, y encuentra placer porque es bella”.

Abraham Flexner, profesor estadounidense y fundador del Instituto de Estudios Avanzados de Princeton en 1930 —centro donde trabajaron genios como Einstein, Oppenheimer y Gödel, entre otros—, también abogó por liberar a los científicos de la cadena del beneficio práctico.    

“A lo largo de la historia de la ciencia”, dijo en un artículo titulado La utilidad de los conocimientos inútiles, “la mayoría de los descubrimientos realmente importantes, que al final se han probado beneficiosos para la humanidad, se debieron a hombres y mujeres que no se guiaron por el afán de ser útiles sino meramente por el deseo de satisfacer su curiosidad”.

Con ellos concuerda Lorenzo Morelli, astrónomo italiano, investigador de la Universidad de Atacama y parte del equipo que descubrió esta galaxia espiral barrada —denominada ceers-2112—, la más lejana jamás observada. ¿Para qué mirar algo tan distante en el tiempo y el espacio? ¿Cómo ayuda eso a resolver temas urgentes o actuales?

“Las personas, o al menos una buena parte de ellas, quieren soñar, saber qué hay más allá”, responde. “El ser humano tiene una profunda curiosidad por saber dónde estamos, cómo llegamos hasta acá, cómo se formó la Tierra, el sol o las estrellas que vemos cada noche en el cielo”.

La astronomía, con sus inmensas inversiones, sofisticados telescopios y complejas formulaciones matemáticas, solo persigue eso: la curiosidad por conocer qué nos rodea. “Por supuesto, hay descubrimientos que se conectan más con la vida presente y otros que menos. Ciertos hallazgos, quizá los más importantes de la historia, solo después de muchos años, incluso siglos, se han vuelto ‘útiles’ para la humanidad”.

Como ejemplo pone a Einstein y su descubrimiento de la relatividad restringida, publicado en 1905. “La gente habría pensado entonces, ¿y para qué sirve? Pero muchas décadas después, una herramienta que hoy todos usamos en nuestros teléfonos móviles, el GPS, se desarrolló gracias a esa demostración”.

El que va lento, va a galaxias más lejanas

Lo bueno es siempre mejor que lo útil, decía el economista John Maynard Keynes, y en eso Morelli parece estar de acuerdo.

“No siempre hay que buscar una transferencia directa a algo material o utilitario. Tienen que haber estudios o investigaciones que simplemente nos permitan ampliar nuestros horizontes, ya sea espaciales o intelectuales. Que nos llenen el espíritu, que alimenten los sueños y emociones. Como lo hace la astronomía”. 

Para el director del INCT, este fenómeno es propio de la sociedad moderna, “que nos empuja a pensar que la investigación tiene que anticipar el resultado de antemano y entregarlo a corto plazo, siempre corriendo y apurado. Lo quiere el político, que tiene cuatro años de gestión, lo quiere la autoridad, y también las personas”.

Galaxias ceers-2112 y Vía Láctea.
Recreación artística de las galaxias ceers-2112 y la Vía Láctea, realizada por Lorenzo Morelli.

El problema de esta aceleración sistemática es que impide la principal virtud de las ciencias: ampliar los limites del conocimiento. En esta vorágine utilitaria, cree Morelli, “solo mejoramos lo que ya sabemos pero se pierde la posibilidad de investigar sobre lo que no conocemos. Ese avance en lo desconocido, que requiere de un tiempo largo, es lo que nos hace dar el salto”.

El doctor en Astronomía, nacido entre los canales de Venecia, formado en la medieval ciudad de Padua y hoy trabajando en el desierto de Atacama, habla con propiedad porque su especialidad es el área extra galáctica, o sea descubrir lo que aún no conocemos del universo: cómo se forman las galaxias, de qué manera evolucionan y desarrolla, y cómo es el movimiento de sus estrellas.

“El motor que me empuja es la curiosidad”, dice. “Cada vez que que apunto el telescopio o proceso los datos en el computador y veo algo desconocido, es muy emocionante y estimulante. Estudiar y comprobar que eso que observaste es nuevo, que nadie lo ha visto nunca, es mi motivación final. La curiosidad y el placer de descubrir algo inesperado”.

Eso le ocurrió cuando el astrónomo Luca Constantin, compatriota de Morelli y líder del equipo científico internacional en el que colabora, confirmó hace unos meses que a través del James Webb habían observado una galaxia espiral barrada, muy similar a la Vía Láctea, pero en el otro extremo del universo. 

“Esto cambia, de forma inesperada, lo que sabíamos sobre la formación y evolución de las galaxias, y también de lo que significan las barras en su desarrollo”, dice. “Es la primera publicación que encuentra en la niñez del universo estas galaxias espirales que tienen un disco con una barra central. En esa edad temprana —hace unos 11.700 millones de años— esperaríamos que todo fuera más turbulento”, comentó la astrofísica mexicana Yetli Rosas Guevara al diario español El País

“Habrá que comprobar si se trata de una excepción o hay muchas más”, agrega Morelli. “Es lo que pasa con cualquier descubrimiento: es un hito, una llegada, pero también un puente que abre muchos caminos. Al mismo tiempo nos da información sobre lo que era desconocido, y un piso para moverte, también te ofrece un territorio desconocido que uno tiene que investigar”.