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Cuando está despejado, el cielo nocturno en La Higuera es un espectáculo. Lejos de grandes pueblos, industrias o concentraciones urbanas, la principal atracción de esta árida zona, 50 kilómetros al noreste de La Serena, llena de quebradas y cerros, aparece de noche. Ese habitual show de estrellas fugaces, constelaciones y nebulosas, que se presenta sin falta cuando no hay nubes, tuvo durante la madrugada del martes 12 de noviembre a un invitado sorpresa.
Veintisiete minutos después de la medianoche, como el dibujo de un crayón fosforescente, una gruesa flecha de luz atravesó la noche, parecida a un avión en llamas, que se fue desvaneciendo tan rápido como se encendió. No era una tragedia pero tampoco un milagro: fue la caída de un meteorito.
Hace algunos años, este evento seguramente habría pasado desapercibido. Aparte de algunos testigos locales, acostumbrados a ver destellos nocturnos, nadie lo hubiese registrado. Pero dos cámaras de la red Fripon Andino, organización internacional dedicada a la observación de estos fenómenos, y que lleva un par de años en Chile, lo captaron in fraganti, justo cuando el meteoroide —que es como se denomina a los cuerpos menores que viajan por el espacio— entraba a toda velocidad a la atmósfera y se convertía en un meteoro, el nombre que recibe al momento de iluminarse a causa de la fricción con el aire. Una vez que toca la superficie de la Tierra, el objeto cambia otra vez de apelativo y comienza a llamarse meteorito.
Apenas cayó, un grupo de científicos asociados a Fripon Andino, conformado por astrónomos y geólogos de distintas universidades y observatorios, se organizó para ir en su búsqueda. Entre ellos Katherine Vieira, académica del Instituto de Astronomía y Ciencias Planetarias (INCT) de la Universidad de Atacama, representante de la red en esa región. Si lo encontraban, sería la primera vez en Chile que se recuperaba un meteorito recién caído. Pero había que apurarse:
Mitos y verdades del meteorito
Los meteoritos no caen como en las películas, envueltos en fuego como una antorcha del infierno, trazando trayectorias diagonales a toda velocidad ni dejando un inmenso cráter en el suelo, lleno de humo y destrucción. En realidad, una vez que llegan a la troposfera —la capa más baja de la atmósfera, a unos 15 kilómetros de altura—, los meteoros ya están fríos y apagados, y comienzan una caída libre vertical, como la de una piedra soltada desde la azotea de un edificio.
“Uno de los mitos, que incluso algunos científicos creen, es que los meteoritos caen ardiendo en fuego, creando un cráter caliente”, cuenta Vieira. Pero no es así. “Efectivamente, se ven sometidos a una temperatura muy alta a medida que caen, pero es el aire alrededor del meteoroide el que se calienta, pues a esa velocidad —unos 40 kilómetros por segundo— la fricción con la atmósfera es tanta que se comprime, sube de temperatura y se ioniza. Eso produce la luz que se observa en la caída, pero no es que el objeto se encienda en fuego”, explica.
Esa fricción, que ocurre en la termosfera, a unos 100 kilómetros de altura, aumenta a medida que el objeto desciende. Además de provocar el majestuoso fenómeno luminoso, ese descomunal roce también se encarga de descomponer al objeto: se estima que un meteoroide perderá el 99 por ciento de su masa si entra a la atmósfera a una velocidad mayor que 30 km/s.
“La atmósfera es tan buena para protegernos de estos proyectiles que incluso objetos grandes, de varios metros de tamaño original, que pueden pesar 500 o mil kilos, ella los rompe y los despedaza”, señala la investigadora de la U. de Atacama. “Por eso, un objeto de ese tamaño es capaz de producir un meteoro súper luminoso, los llamados bólidos, pero después se desintegran en cientos de miles de pedazos, la mayoría ínfimos como el polvo”.
Y difícilmente dejan un cráter, pues generalmente no tienen el porte para hacerlo. Al tocar el suelo, además, el viento durante la caída los enfrió y no dejan ninguna marca particular en su zona de aterrizaje. Por eso se hace tan difícil encontrarlos: suelen ser pequeños y solo un ojo experto es capaz de diferenciarlos de otras rocas y minerales.
Se estima que cada año llueven sobre la Tierra unas 40 mil toneladas de material extraterrestre. Tres cuartas partes de los que consiguen caer en forma de meteorito, que es la minoría, llegan a los océanos, lo que, según algunas estimaciones, deja algo así como 1.800 objetos al año en la superficie terrestre. Y de acuerdo a la directora del grupo de materiales planetarios del Museo Nacional de Historia Natural de Londres, anualmente “solo se ve caer a una media docena de meteoritos”.
Por eso resultó tan extraordinaria la noticia del meteoro captado en La Higuera. Y por eso, también, se desplegó rápidamente un equipo de diez expertos, de instituciones chilenas e internacionales, para buscarlo y capturarlo: el valor científico que tienen es incalculable.
“Estos son restos o escombros de la formación del sistema solar, que quedaron dando vueltas porque no terminaron siendo parte ni de un planeta ni del sol”, explica Vieira. Muchos de ellos han estado a la deriva por miles de millones de años. “Siempre comparo que estudiar un meteorito es como revisar los materiales con los que se construyó este ‘edificio’ en el que vivimos, llamado sistema solar. Es como acceder a la arena, la madera o los ladrillos con los que se levantó esta construcción”.
Pero tras cinco días de búsqueda, los científicos volvieron con las manos vacías. La complejidad del terreno, lleno de cerros y quebradas, la vegetación xerófila, abundante en cactus y arbustos espinosos, y la extensión del área probable de caída, de 6 kilómetros cuadrados, no permitieron encontrarlo. ¿Por qué no siguieron buscando hasta dar con él? “Se nos agotaron los recursos para eso”, dice la astrónoma.
En rigor, el meteorito no se va a deteriorar: está en el desierto y es pleno verano. “Mientras no haya una intervención sobre él, que no le llueva o se rompa, sigue siendo valioso durante meses o incluso años”, reconoce. A menos que caiga en las manos de un cazador de meteoritos, que podría recogerlo y hacer con él lo que quiera: guardarlo, venderlo o incluso sacarlo fuera del país.
Tierra de nadie
El apuro de la red Fripon Andino por capturar al meteorito se debe a estos cazadores, personas que trabajan por su cuenta o por encargo en búsqueda de rocas siderales. Algunos viajan por todo el mundo, atentos a las noticias sobre bólidos o meteoros, capaces de llegar a la Antártica o al desierto con tal de quedarse con un trozo del espacio exterior.
Hay cazadores, como los del Museo del Meteorito en San Pedro de Atacama —que tiene más de 6 mil piezas, 77 de ellas en exhibición—, que los persiguen con un fin divulgador. Otros, como no pueden faltar, los buscan con afán especulativo, soldados del mercado de los meteoritos, donde pueden llegar a venderse a mil dólares el gramo, dependiendo de su origen.
Chile está muy expuesto a estos traficantes, pues no existe ninguna ley ni norma respecto a su hallazgo: el meteorito es de quien lo encuentra y con él puede hacer lo que le plazca, incluso sacarlo del país.
“Un problema serio que han tenido quienes estudian este tema acá es que hay cazadores extranjeros que buscan meteoritos por meses, recogen una cantidad enorme de rocas y luego se los llevan para venderlos en otros países”, dice Vieira. “Eso hace que existan meteoritos caídos en Chile repartidos por todo el mundo”.
Un proyecto de ley, presentado un mes antes de la aparición del meteoro en La Higuera, intenta corregir eso: propone que los meteoritos caídos y presentes en territorio nacional sean bienes nacionales de uso privado, promoviendo su estudio y conservación, además de regular y certificar a quienes se dediquen a buscarlos y comercializarlos.
En Argentina, por ejemplo, los meteoritos que estén dentro de sus fronteras son “bienes culturales”, por lo tanto deben registrarse como tal y conservarse dentro de la nación. “Ojalá aquí se norme para que funcione así”, opina la astrónoma: “que el meteorito se quede en Chile y se done una muestra para que la ciencia pueda estudiarla. Porque ellos, como dije antes, tienen en su material la receta original con la que se formó el sistema solar”.
Por ahora, el meteorito caído en noviembre, que posiblemente pesaba 4 kilos al entrar en la atmósfera y que, de acuerdo a los cálculos de Fripon Andino, venía de orbitar entre Mercurio y la Tierra, sigue perdido en los secos cerros de la región de Coquimbo. Lo más probable es que se haya partido en cientos de pedazos, confundidos entre escorias de yacimientos mineros y piedras milenarias. ¿Quién será el primero en encontrar ese tesoro cósmico?
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