Buscando oro: cómo la ciencia puede ayudar a la pequeña minería de Atacama 

Nieta de pirquinero, metalurgista en un área dominada por hombres, Rivera cree en una ciencia con los pies en la tierra.​

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Cuando hablamos de minería en Chile, casi de inmediato pensamos en las grandes faenas del norte, en el cobre, en los consorcios internacionales. Pero desde Copiapó, desde la Región de Atacama, la realidad se matiza.  

Aquí, el corazón productivo no lo marcan los grandes consorcios, sino la mediana y la pequeña minería. Son trabajadores locales, sindicatos, historias familiares, desafíos técnicos, sociales y ambientales que merecen tanto conocimiento fresco de los avances de la minería como compromiso para que puedan avanzar. 

Nuestra región alberga una diversidad mineral muchas veces invisibilizada. Sí, extraemos cobre, pero también hay litio, cobalto, oro, hierro, tierras raras, cuarzo y otros. Muchos de estos minerales permanecieron desechados en antiguos relaves, subvalorados durante décadas, simplemente porque el foco estaba en un solo metal. Hoy, gracias a la tecnología y la investigación aplicada, sabemos que esos residuos pueden volver a entrar al circuito productivo y generar oportunidades reales para la región. 

Desde la Universidad de Atacama llevamos años trabajando con empresas de mediana minería como Atacama Kozan, Coemin, Pucobre y también con sindicatos de pequeños mineros. En este vínculo se ancla uno de nuestros propósitos: hacer ciencia desde el territorio y para el territorio. No buscamos sólo publicar papers ni encerrarnos en laboratorios. Queremos que nuestro conocimiento incida, que aporte, que abra puertas. 

Un ejemplo concreto: los pequeños mineros que trabajan el oro en la región no tienen un laboratorio local donde analizar sus muestras. Como Instituto de Investigaciones Científicas y Tecnológicas (IDICTEC) de la Universidad de Atacama, estamos impulsando junto al Gobierno Regional la instalación de un laboratorio de análisis de oro, algo que parece mínimo, pero que para ellos significa una mejora enorme en sus procesos y una valorización justa de su trabajo. 


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Llegamos al problema del oro también porque el laboratorio de nuestro instituto hace pruebas metalúrgicas, análisis químicos, pero no tenemos el análisis de dicho metal. A ello, se suma que muchos trabajadores del área minera no se daban cuenta que realmente hay un montón de elementos que pueden ser rescatados. Nosotros estamos capacitando a la gente, y hay una relación fuerte. Ellos participan, trabajan con nuestro instituto, y pasamos desde las pruebas metalúrgicas hasta metodología para el trabajo del litio en la región, que a diferencia de otros lugares los tenemos en forma de salmuera, siendo un proceso  totalmente distinto. 

La gran minería cuenta con laboratorios metalúrgicos grandes y personales, en los cuales ellos toman sus muestras y, si quieren probar un reactivo, un tipo de bola o lo que sea, revisan internamente o contratan servicios sin problema. En contraste, la mediana o pequeña minería, cuando ellos quieren hacer un cambio de reactivo o encontrar una veta distinta, no tienen margen de pruebas. Como universidad queremos darle ese apoyo con prestaciones de servicio en el cual nosotros vamos a las minas, realizamos el muestreo, los asesoramos, les decimos qué hacer. Tenemos el conocimiento y los podemos asesorar. 

Nosotros tenemos que fortalecer el mensaje hacia los pequeños mineros y explicarles que hay muchos tipos de minerales que están en nuestro relave, que a lo mejor no tienen un valor a simple vista, con el problema ambiental que provoca a su vez, y nos damos cuenta de que, si nosotros hacemos un análisis, existen partes que podemos recuperar y que, a través del avance tecnológico, se puede recuperar hierro, cuarzo, tierras raras y en otros casos cobalto. No solamente los trabajadores pueden vivir del cobre y del oro. 

La ciencia también se enseña colaborando. Nuestros estudiantes, muchas veces tentados por la gran minería, descubren en estos proyectos una dimensión distinta: el impacto social directo. Un alumno que hace su práctica ayudando a resolver un problema en una planta pequeña puede cambiarle la vida a una comunidad entera. Y a la vez, ese trabajo puede derivar en una tesis, en un proyecto de innovación, en una nueva línea de investigación. Se genera un círculo virtuoso que nutre la ciencia, la formación profesional y la economía regional. 

Yo nací en Copiapó. Mi abuelo fue pirquinero. Elegí estudiar metalurgia en una época en que pocas mujeres se atrevían a hacerlo. No fue fácil. Mi especialidad, molienda y chancado, es una de las más duras y tradicionalmente masculinizadas. Pero las cosas están cambiando, y me emociona ver cada vez más alumnas interesadas, más colegas liderando proyectos, más mujeres participando activamente en las decisiones.  

Todo esto cobra aún más sentido cuando uno piensa en el centralismo que marca a Chile. Muchas veces las decisiones estratégicas se toman en Santiago, desconociendo las particularidades de las regiones. Pero aquí, en Atacama, estamos generando conocimiento de frontera.  

Hoy, liderando este instituto, puedo tender puentes entre el conocimiento y las personas. Entre la universidad y la calle minera. Y lo más importante: entre una región históricamente minera y un futuro donde la innovación, la sustentabilidad y la colaboración serán claves. 

Desde acá, desde el desierto y sus riquezas menos evidentes, creemos en una minería más diversa, más consciente, más compartida. Y en una ciencia que se parezca a su gente. 

Ana María Rivera es Ingeniero Civil en Metalurgia y Doctor en Ciencias de la Ingeniería, Mención Ingeniería de Procesos. Actualmente, es directora de IDICTEC en la U. de Atacama.​