Nunca llegaremos al desarrollo si no vinculamos las empresas con la academia

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Ilustración: César Mejías.

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Antes de la pandemia, yo trabajaba en el desarrollo de investigación aplicada en inmunología, en un centro universitario en la Araucanía. Pero como la emergencia a casi todos nos obligó a enfrentar nuevos desafíos, creamos junto a otros colegas una empresa de base científico-tecnológica, al alero de esta casa de estudios, para crear una tecnología capaz de desinfectar mascarillas y otros elementos de protección. El objetivo era evitar tantos desechos y también resolver el problema de escasez de insumos.

Un día, para evaluar las normas de seguridad para la ejecución de un proyecto relacionado al covid-19, fuimos visitados por la Mutual de Seguridad. Al conocer lo que estábamos haciendo en cuanto a desinfección, inmediatamente nos pusieron en contacto con Enjoy, la empresa de hoteles y casinos que, después de varios meses de encierro, tenía la necesidad de reabrir sus locales.

Enjoy quería volver a funcionar de la manera más segura para sus colaboradores y clientes, pero a la vez les preocupaba la cantidad de basura que producían las mascarillas y demás productos, que debían ser cambiados a diario, incluso varias veces en la misma jornada.

Así, pudimos establecer una fructífera e inesperada alianza comercial, donde nuestros equipos de desinfección pudieron madurar tecnológicamente de manera acelerada, permitiendo la reutilización de mascarillas hasta 30 veces más en cada operador de Enjoy.

Sin saberlo, la Mutual de Seguridad actuó como una especie de facilitador entre la necesidad de la empresa y nuestra investigación académica. Ese intermediario, que en este caso resultó ser casual, es fundamental para que este tipo de vínculos se concreten. Pero en Chile, para que no dependan de la suerte, hace falta potenciarlos.

Las sociedades complejas como la nuestra se enfrentan a múltiples problemáticas; muchas de ellas, si queremos generar un desarrollo económico y social sostenido, requieren ser abordadas a partir de la investigación, el desarrollo, la innovación y el emprendimiento (I+D+i+e).

Los actores clave para desarrollar y fomentar el I+D+i+e son las universidades, la industria, el sector público y los hubs, como se denominan a los espacios de encuentro entre emprendimientos y startups. Lamentablemente, cada uno trabaja por separado y los enlaces entre estos eslabones todavía son muy débiles. Crear y fortalecer esos puentes permitirá consolidar un ecosistema que dé respuestas en forma efectiva a las distintas problemáticas de la sociedad y la economía.

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Nunca llegaremos al desarrollo si no vinculamos las empresas con la academia.

En las universidades, cuando hablamos de vincularnos con el sector privado, lo primero en lo que solemos pensar es en plata. Pero en mi experiencia, las empresas ofrecen otro tipo de aportes, tan valiosos como el dinero y de mayor durabilidad: está el conocimiento que tienen del mercado y los consumidores, las estrategias de branding, las validaciones comerciales de los productos, etc.

Para recibirlos, eso sí, es importante que los investigadores escuchemos sin prejuicios y visualicemos las necesidades de la industria. Solo así daremos una respuesta adecuada a ellas.

Los centros universitarios, por suerte, han tomado nota y están cambiando progresivamente su modelo de gestión de I+D+i+e. La meta es llegar a una dinámica denominada market pull, donde se propicie el acercamiento de la academia a las empresas y las comunidades.

Esto se ve reflejado en la existencia de departamentos u oficinas universitarias dedicados exclusivamente a ello, que acompañan las investigaciones desde etapas tempranas hasta fases pre-comerciales, incluso llegando a cerrar negocios en algunos casos.

El desafío es que el diálogo entre la academia y el empresariado consiga que el I+D+i+e genere soluciones con un impacto positivo en la sociedad, al mismo tiempo que son útiles y rentables para el mercado. Para que eso ocurra, se requieren más programas, proyectos e instituciones que conecten ambos mundos.

Cuando me toca relacionarme con empresarios chilenos, por ejemplo, veo su intención de vincularse con la academia, buscando respuestas confiables, con sustento científico y tecnológico para sus problemáticas. Pero no siempre encuentran espacios claros de comunicación.

Ese vacío lo han intentado llenar los hubs con su labor facilitadora y articuladora, que funciona como enlace entre las universidades, las startups nacidas desde la academia, y las empresas interesadas en comprar o invertir en estas innovaciones.

Por otro lado, un proyecto como Ciencia 2030, apoyado y financiado por el Estado —en este caso la Agencia Nacional de Investigación y Desarrollo—, y cuyo objetivo es agilizar estos vínculos además de promover la formación de estudiantes y docentes en I+D+i+e, resulta una oportunidad inmejorable para crear know-how en etapas tempranas.

“Tengo muchas opciones que me ofrecen cosas parecidas”, me decía el gerente de prevención de riesgo de Enjoy, mientras cerrábamos nuestro vínculo. “Pero ustedes son los únicos que me dan confianza”. ¿Por qué?, le pregunté. “Porque lo que hacen, a diferencia de los demás se basa en pruebas y estudios científicos”.

Ese valor, que solo lo puede entregar la academia, es momento de hacerlo disponible para todos.


Annesi Giacaman es bioquímica, doctora en farmacia y coordinadora del Eje 2 del proyecto Ciencia 2030 en la Universidad Autónoma de Chile.

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