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No fue ni la tecnología ni los equipos avanzados.
Cuando Yaneris Mirabal llegó a Chile desde Cuba, lo primero que la sorprendió en los laboratorios fue la cantidad de desechos que se generaban.
“El choque más grande para mí fue ver que todo se botaba”, recuerda. Acostumbrada a reciclar cada insumo hasta el final de su vida útil, comenzó a preguntarse cómo podía aplicar esa mentalidad a la ciencia que podría hacer en Chile.
Su respuesta llegó desde el lugar menos esperado: el estiércol. Con una mirada innovadora, la investigadora del Instituto de Ciencias Químicas Aplicadas de la Universidad Autónoma de Chile descubrió que este desecho podía convertirse en un biomaterial con aplicaciones agrícolas. “Lo que aquí es basura, para mí tiene que ser una materia prima”, asegura.
Inspirada por experiencias internacionales, Mirabal comenzó explorando residuos como cáscaras de manzana y tomate. Sin embargo, su mayor hallazgo ocurrió al analizar el estiércol de vaca: su alto contenido de celulosa lo convertía en un recurso aprovechable con procesos de muy baja contaminación.
Este hallazgo puede tener impacto mundial. En el planeta la producción de residuos plásticos ha aumentado drásticamente en las últimas décadas, duplicándose en solo 20 años, pasando de 180 millones a más de 350 millones de toneladas anuales. Se prevé que estos residuos casi se tripliquen para 2060, con la mitad de ellos depositados en vertederos y menos de una quinta parte reciclados.
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Actualmente, el trabajo de Yaneris ha dado vida a tres productos sustentables: macetas y bandejas biodegradables, un mulch agrícola que reemplaza el plástico negro y pastillas biofertilizantes. Cada uno de estos desarrollos no solo reduce el uso de plásticos en el campo, sino que además aporta nutrientes al suelo.
Su desafío ahora es escalar la producción y consolidar una industria basada en biomateriales. “El plástico es barato y versátil, por eso es difícil reemplazarlo. Pero con soluciones como esta, podemos reducir su uso en aplicaciones específicas”, explica. Su visión de futuro no solo apuesta por la innovación, sino también por un cambio en la forma en que gestionamos nuestros residuos.
Del laboratorio a la sustentabilidad: la inspiración detrás del biomaterial
Yaneris Mirabal siempre ha visto valor en lo que otros consideran basura. Su interés por los biomateriales surgió tras recorrer distintos laboratorios del mundo y notar una diferencia clave: mientras en otros países la química aplicada buscaba resolver problemas ambientales, en Chile predominaba la ciencia básica.
“Ahí me entró el bicho por hacer química aplicada”, recuerda.
Su primera incursión en este campo comenzó con residuos de la industria alimentaria. Experimentó con desechos de manzana y tomate, logrando desarrollar un material muy parecido a la silicona. “Y ahí fue donde dije: “Esta es mi línea”. Buscar en lo que aquí es basura una materia prima”, explica. Sin embargo, su búsqueda por una alternativa realmente eficiente y sustentable la llevó a investigar otros desechos con mayor potencial.

La inspiración definitiva vino de una idea inusual: en India, algunos investigadores fabricaban papel con estiércol de elefante. “Yo pensé: aquí no tenemos elefantes, pero tenemos vacas, voy a probar”, recuerda Yaneris.
El estiércol de vaca resultó ser una materia prima ideal, con un 40% de celulosa en su composición. En lugar de extraerla con procesos químicos contaminantes, Mirabal decidió utilizarlo tal cual, aprovechando sus propiedades naturales.
Este enfoque innovador no solo permite reducir la contaminación plástica en la agricultura, sino que también convierte un residuo abundante en un recurso valioso. “El estiércol en sí es el biomaterial. No necesito modificarlo, solo mejorar sus propiedades”, destaca. Su trabajo ha sido reconocido en el ámbito académico y de la innovación sustentable, y actualmente desarrolla estos proyectos en el Instituto de Ciencias Químicas Aplicadas de la Universidad Autónoma de Chile.
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Macetas, mulch y biofertilizantes: los productos creados a partir del estiércol
El trabajo de Yaneris Mirabal no se ha quedado en la teoría. Su investigación ha dado lugar a tres productos biodegradables con aplicaciones en la agricultura. El primero fueron macetas y bandejas de almácigo, diseñadas para reemplazar los recipientes plásticos en la producción de plantas. “Tuvimos muy buenos resultados, porque además de ser biodegradables, aportan nutrientes al suelo”, explica.
El segundo desarrollo fue un mulch agrícola, pensado como una alternativa a esa capa negra que se usa para cubrir cultivos y proteger los suelos. Sin embargo, al probarlo en laboratorio, surgió un problema: “Cuando se seca, el material se deforma, y cuando se moja, pierde consistencia”, comenta Mirabal. En lugar de desechar la idea, su equipo decidió modificar el formato y crear una versión más versátil.
Así surgió el tercer producto: pastillas biofertilizantes en forma de pellets. “Dijimos, bueno, ¿por qué no lo hacemos en pellets?”, recuerda. Al procesar el material en pequeñas cápsulas compactas, lograron mantener sus propiedades y mejorar su aplicación en el suelo. “Estos pellets pueden ser enriquecidos con otros materiales, lo que los convierte en una especie de biofertilizante gourmet”, añade.
A diferencia del plástico, que contamina y tarda siglos en degradarse, estos biomateriales se descomponen naturalmente y mejoran la calidad del suelo. Mirabal destaca que su objetivo no es solo sustituir el plástico, sino también aportar una solución integral: “Nuestro biomaterial no solo es biodegradable, sino que también aporta nutrientes al suelo y mejora el crecimiento de las plantas. Eso no lo hace el plástico”.
Actualmente, su equipo trabaja en optimizar la producción y en la viabilidad comercial de estos productos. Uno de sus mayores desafíos no estuvo ni en el desarrollo de tecnología o la implementación de maquinaria. “Lo más difícil fue conseguir un espacio para la planta piloto”, explica. “Eso nos llevó a pensar en una planta móvil que pueda instalarse directamente en las empresas ganaderas”.
Con este enfoque, su visión a futuro es clara: transformar un residuo desaprovechado en una alternativa sostenible para la agricultura.
El futuro de la alternativa al plástico (y del biomaterial de estiércol)
El plástico es un problema de difícil solución. Y para pensar en su eliminación hay que medir todo en siglos. Dependiendo de su tipo, puede tardar entre 100 o mil años en degradarse, según la agencia estadounidense de protección ambiental.
Para Yaneris Mirabal, la sustitución total del plástico es un desafío difícil, pero no imposible. Su enfoque no es eliminarlo por completo, sino lograr que al menos un 30% sea reemplazado por alternativas biodegradables, lo que ya representaría un gran avance ambiental.
El éxito de este cambio, explica Mirabal, no depende solo de la ciencia, sino también de políticas públicas que incentiven la adopción de biomateriales y regulen el uso del plástico. “Más que sustituir el plástico por completo, necesitamos normativas que presionen a las empresas a hacer el cambio”, enfatiza.
En cuanto a su propio biomaterial, su visión es clara: convertirlo en una solución escalable y económicamente viable. ¿Cómo proyecta esta investigación para los próximos 10 años? “Yo creo que sería una empresa donde tú puedas desarrollar las diferentes líneas que hemos trabajado a partir del mismo desecho”, comenta. Con innovación y un enfoque sustentable, su trabajo podría marcar el inicio de una nueva era en el desarrollo de materiales biodegradables.