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Las regiones chilenas, afectadas por un centralismo exacerbado que por décadas se encargó de concentrar el poder y el conocimiento en Santiago, no tuvieron más recursos que los naturales para acercarse a algo parecido al desarrollo. Solo quien encontrara cobre, pudiera cortar madera, criar salmones o cosechar frutas podría arañar alguna riqueza y retener talento humano.
¿Qué pasaba con aquellas regiones que, por su clima o geografía, no estaban en condiciones de sacarle partido a la naturaleza? Por mucho tiempo quedaron ahí, dejadas de la mano de dios, pero hoy queda claro que para avanzar como país no nos alcanza con las materias primas: la ciencia, la investigación y la tecnología deben ser los principales insumos a explotar si queremos convertirnos en una sociedad desarrollada.
El desafío, ahora, es conseguir que ese valor no se vuelva a acumular en la capital sino que llegue a todas las ciudades de Chile, especialmente las más alejadas del centro. Arica, la primera desde el extremo norte, está a punto de dar un paso histórico en ese sentido: pronto se convertirá en la región con el Centro de Inteligencia Artificial más potente e importante del país. Y uno de los más relevantes de Latinoamérica.
IA con fines públicos
El 2023, el Centro Nacional de Inteligencia Artificial (Cenia) firmó un convenio con la Universidad de Tarapacá (UTA), en el cual se comprometieron a desarrollar un proyecto inédito en la corta pero intensa historia de la IA.
De partida, se tratará del primer Centro Nacional de Cómputo para IA, que contará con la mayor capacidad de procesamiento de datos y modelos complejos del país. “Tendremos el supercomputador cognitivo más potente del país”, explica desde Arica el director del Instituto de Alta Investigación de la UTA, David Laroze. “También será el más grande de Sudamérica con fines públicos”.
En una entrevista a El Mercurio, Laroze contaba que este supercomputador, solo en su primera etapa, será cinco veces más potente que “el mejor centro de inteligencia artificial de Santiago”. Aunque no puede dar detalles específicos de la máquina, pues aún se encuentran en proceso de licitación, el académico sí adelanta a DESAFÍA algunas de las características que tendrá.
“Estará basado en GPU —unidades gráficas de procesamiento— y no en CPU, como la mayoría de los computadores, pues el poder de cómputo de las tarjetas gráficas, gracias a sus CUDA cores —o procesadores paralelos—, es muy superior”. De esa manera, ejemplifica, lo que en una CPU se podría demorar una semana en computar, en una GPU se realiza en horas. “Pues bien, con la tecnología que vamos a comprar, lo conseguiremos en minutos: ese es el salto cuántico que vamos a dar”.
La inversión total de este proyecto se acerca a los 10 mil millones de pesos, aunque la primera etapa, que se cumplirá este 2024, consiste en unos 4.500 millones para adquirir e instalar el equipamiento tecnológico.
El segundo objetivo, una vez que se tenga la infraestructura, es quizá el más ambicioso: transformar a Arica en un polo de investigación en IA a nivel sudamericano. “La idea es generar una capacidad intelectual de altísimo nivel en la región”, dice Laroze, “con investigadores especializados en desarrollar y procesar esta tecnología”.
Álvaro Soto, académico de la Pontificia Universidad Católica y director del Cenia, pone el listón todavía más alto. “Esperamos que Arica sea el epicentro del desarrollo tecnológico en inteligencia artificial en Latinoamérica”, dijo durante la inauguración del año académico en la UTA. “Esta va a ser tecnología abierta para que cualquier emprendedor o científico pueda utilizarlo en cualquier parte de la región latinoamericana”.
La rapidez con la que emergió la IA generativa, de la mano de ChatGPT, provocó tantas expectativas como miedos. Desde estudiantes que usan chatbots para no estudiar hasta trabajadores que son reemplazados por modelos cognitivos, esta es una tecnología que parece crecer sin límites ni control, de la mano de empresas más preocupadas de asombrar y captar usuarios que de ponerse al servicio de las personas.
“Las instituciones públicas no nos podemos quedar atrás de esta revolución”, agrega Laroze. La manera más efectiva de entrar en la discusión, para luego poder investigar y regular con propiedad, es metiendo las manos en esta masa algorítmica y desarrollar modelos propios que nos entreguen como país más independencia de las grandes tecnológicas de Silicon Valley.
“Sin un gran centro de cómputo para IA, que nos permita producir esta tecnología, estamos limitados a ser solo espectadores y usuarios de esta revolución”, explicó Soto a fines del 2023. “La colaboración entre la UTA y el Cenia nos permitirá cerrar esta brecha y durante el 2024 desarrollar el primer ChatGPT nacional, en español, para Chile y Latinoamérica”.
AstronomIA, agronomIA y minerIA
De aquí al 2030, se espera que el 70 por ciento de la observación astronómica mundial se realice en Chile. Eso significa nuevos observatorios —hay tres muy importantes construyéndose en Antofagasta, Atacama y Coquimbo— pero también una inconmensurable cantidad de datos que procesar. Aunque no para la IA.
“En el campo de la astronomía hemos hecho una apuesta tremenda”, confiesa David Laroze. “Ahí los volúmenes de data son muy grandes y es muy importante procesarlos bien. Actualmente, mucho de lo que se observa en Chile se procesa afuera, pero la idea con este centro es poder resolver esos complejos problemas desde acá”.
Algo parecido sucede en la industria agroalimentaria y biotecnológica, donde constantemente hay que innovar en mejoras genéticas para que los cultivos soporten mejor los cambiantes y difíciles escenarios climáticos.
Ahí la inteligencia artificial puede acelerar procesos que suelen ser muy lentos por la cantidad de iteraciones y simulaciones requeridas, así como para predecir eventos climáticos o calcular variables de riego, nutrientes o luz para cultivos en invernadero.
Ese potencial también está en otras industrias claves para el país, como la minería o las energías renovables no convencionales, donde la IA es capaz de ayudar a volver más eficiente la gestión.
“Desde Arica tenemos el potencial de impactar a toda la macro región sur andina”, dijo hace unos meses Elisa Palma, directora organizacional de Cenia. “Podemos incorporar profesionales, estudiantes y académicos del sur de Perú y de Bolivia a esta revolución tecnológica, fomentando aún más la colaboración Latinoamericana, lo que permitiría que esta región del mundo comience a disminuir la brecha de desarrollo tecnológico en IA en comparación con el hemisferio norte.”
Se necesitan humanos
Todo esto puede sonar tecnológicamente utópico pero humanamente devastador. Mientras la IA hace todo el trabajo, ¿qué pasa con las personas? Puede sonar contradictorio, pero un Centro de Inteligencia Artificial requerirá de mucha gente: no solo para construirlo sino también para mantenerlo funcionando.
La meta, dicen desde la UTA, es generar un ecosistema de IA a través de la formación de nuevos grupos de investigación. Comenzarán este mismo año: en septiembre se inicia un diplomado en Inteligencia Artificial Generativa y Modelos de Lenguaje, el primero de su tipo en Chile y Latinoamérica, realizado en conjunto con Cenia.
“A través de un enfoque teórico-práctico”, explican en la descripción de este diplomado online, “los participantes aprenderán a implementar y ajustar modelos generativos en plataformas como TensorFlow y PyTorch, y a integrar modelos multimodales para aplicaciones avanzadas”.
De poco sirve tener un imponente centro de IA, piensa Laroze, si no hay suficientes personas capacitadas para sacarle provecho. Porque la inteligencia artificial, por muy autónoma que se muestre, no vale nada si no se sabe utilizar.
“¿Dónde está la gracia de los científicos con la IA?”, se pregunta el director del IAI. “En saber cuáles son las buenas redes a entrenar, por ejemplo, o cuál es la cantidad de parámetros o datos mínimos necesarios para que los resultados sean correctos”.
Un centro de datos verde
El entusiasmo por la inteligencia artificial y sus posibilidades ha dejado en segundo plano algo que, dadas las circunstancias, debería ser primordial: su impacto ambiental.
Se sabe que el entrenamiento de herramientas de IA, proceso que requiere que miles de millones de datos se computen a alta velocidad, hoy consume cerca del 4 por ciento de la energía mundial. Pero es un número que crece día a día: a este ritmo, se espera que el desarrollo y uso de la IA signifique un cuarto de todo el gasto energético del planeta.
Google, por ejemplo, que hoy se empeña en posicionar a su modelo Gemini, reportó en su última memoria medioambiental que su consumo energético el 2023 aumentó un 16,2 por ciento respecto al año anterior. Microsoft no se queda atrás: los creadores de Copilot, y copropietarios de OpenAI —quienes desarrollaron todas las versiones de ChatGPT y el generador de imágenes Dall-E— confirmó que su gasto creció un 28,7% el último año. Es más, entre 2020 y 2023 duplicaron sus necesidades energéticas, pasando de 11,2 millones de megavatios-hora (MWh) a 24 millones de MWh.
Esto ocurre porque los procesadores GPU, como ya explicaba David Laroze, son mucho más potentes que los CPU, y por lo tanto exigen de mayor cantidad de energía, casi diez veces más. Y al funcionar día y noche, sin parar, estos servidores y computadores requieren de mucha agua para refrigerarse y controlar el constante calor que generan.
Como consecuencia, la huella de carbono de estas dos enormes compañías —y suponemos que también de muchas otras que desarrollan inteligencia artificial— se ha disparado. En los últimos cuatro años, Google elevó en un 67 por ciento sus emisiones, mientras que las de Microsoft crecieron un 40 por ciento.
En Chile, y menos en la zona norte, no sobra el agua. Y la energía eléctrica no es que esté muy barata. ¿Cómo lo harán en el Centro de Inteligencia Artificial de Arica para no generar un problema con esta solución?
“Nuestra misión es alimentar estos computadores principalmente con energías limpias”, responde Laroze. “Acá, por suerte, tenemos sol todo el año, también bastante viento, por lo que pretendemos que la mayor parte de nuestra matriz provenga de estas fuentes”.
Al ser un centro de IA con fines públicos, uno de los objetivos principales es no generar un impacto negativo y demostrar que esta tecnología puede obtenerse sin afectar demasiado el medioambiente. Como indicó Álvaro Soto, director del Cenia: “queremos ser un ejemplo de desarrollo sustentable”.
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