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La escasez de mujeres en áreas STEM —sigla en inglés que se refiere a ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas— es el resultado de diversas barreras, que se presentan de varias formas y en distintos momentos de la vida, y generan una brecha de género que se puede identificar incluso en la educación primaria.
Los estereotipos, el sexismo en la educación superior y los lugares de trabajo, así como la falta de políticas de corresponsabilidad, son algunos de estos factores, responsables, tal como indica ONU Mujeres, de una brecha que provoca y mantiene un perjuicio social y económico para las mujeres.
Con el fin de conservar y potenciar el interés de las niñas y jóvenes en la ciencia y las tecnologías, han surgido múltiples iniciativas. Una de ellas es visibilizar a las mujeres que se desempeñan —o lo hicieron con excelencia en el pasado— en las diferentes áreas STEM, y posicionarlas como modelos de rol a seguir.
Gracias a este esfuerzo, hemos sabido de mujeres que contribuyeron notablemente al conocimiento pero que fueron dejadas de lado por la historia. A pesar de tener méritos científicos equivalentes, o incluso superiores, no tuvieron el mismo reconocimiento que sus pares masculinos.
Entre la comunidad científica, esto queda anualmente en evidencia durante la entrega de los premios Nobel, donde el número de galardonadas es muy inferior al de los galardonados. En Física, por ejemplo, de 225 ganadores solo cinco han sido mujeres; apenas el 2,2 por ciento.
Durante seis décadas, desde 1903, la única premiada había sido Marie Curie, hasta que Maria Goeppert-Mayer lo obtuvo en 1963. Ese reconocimiento, lamentablemente, también fue excepcional: otros 55 años tuvieron que pasar para que una mujer volviera a recibir la medalla de oro en esta disciplina.
Fue Donna Strickland, en 2018, por su trabajo en el campo de los láser. Las otras dos laureadas han sido Andrea Ghez, la primera y única astrónoma, en 2020, y Anne L’Huillier, que lo recibió este 2023.
Décadas sin ganadoras no significa que en todo ese tiempo hubiera una ausencia de candidatas con notables descubrimientos. Entre las científicas ignoradas destacan dos astrónomas que han inspirado a varias generaciones de investigadoras, y sus historias se han vuelto ejemplos de los sesgos en género en la academia. Se trata de Jocelyn Bell Burnell y Vera Rubin.
La primera descubrió los púlsares, estrellas de neutrones altamente magnetizadas, que giran a alta velocidad emitiendo radiación en forma de haces. Hizo este hallazgo mientras realizaba su postgrado, en 1967, pero quien recibió el Nobel en 1974 por dicho logro fue su supervisor y no ella.
La astrónoma Vera Rubin, al estudiar las curvas de rotación de galaxias en la década de 1970, descubrió que ellas giraban más rápido que lo esperado según su materia visible, probando así la existencia de la materia oscura e iniciando un nuevo campo de investigación en la astronomía.
Rubin falleció en el 2016, sin embargo su nombre seguirá ligado a futuros descubrimientos, ya que actualmente se está construyendo el Observatorio Vera Rubin (VRO), ubicado en la Región de Coquimbo, que nos permitirá estudiar el universo dinámico y lejano.
Pero no solo en el extranjero podemos encontrar modelos de rol. En Chile contamos con astrónomas que son y serán referentes para muchas niñas y jóvenes, tanto por la calidad de sus investigaciones como por sus logros obtenidos y su incansable papel como divulgadoras científicas.
Adelina Gutiérrez, por ejemplo, que fue la indudable pionera en la fotometría fotoeléctrica de estrellas australes. En 1964 se convirtió en la primera doctora en astrofísica del país y, tres años después, en la primera mujer en ingresar como miembro de número a la Academia Chilena de Ciencias.
Una de sus estudiantes de pregrado, la también pionera María Teresa Ruiz, es la primera mujer doctora en astrofísica de la prestigiosa Universidad de Princeton y la primera presidenta de la Academia Chilena de Ciencias. Antes de Ruiz, ninguna mujer había recibido el Premio Nacional de Ciencias Exactas, que ella consiguió en 1997 por el impacto de sus investigaciones sobre estrellas enanas de baja masa, que incluyen el descubrimiento de una supernova y una enana marrón.
Estos merecidos reconocimientos no son solo locales. Recientemente, dos astrónomas chilenas fueron destacadas internacionalmente por su trabajo. Paula Jofré, por identificar el desarrollo de árboles genealógicos estelares, fue nombrada por la revista Science News como una de los diez científicos jóvenes más prometedores del mundo en 2018. Al año siguiente, resultó elegida como una de las 100 personas jóvenes más influyentes del mundo según la revista TIME.
Laura Pérez, gracias a sus estudios para entender la formación de sistemas planetarios con el radiotelescopio ALMA, se transformó este año en la primera chilena en ganar el New Horizons Prize in Physics, de la Fundación Breakthrough Prize, uno de los más prestigiosos del mundo.
En la divulgación de la astronomía destaca Teresa Paneque, que con carisma y rigurosidad traspasa su conocimiento a las redes sociales —donde la siguen cientos de miles de personas—, así como también a libros para niños, niñas y adolescentes. Por ese estupendo trabajo fue nombrada como embajadora de la UNICEF, la primera mujer chilena en tener esa responsabilidad.
Como se ve, contamos con poderosas modelos de rol que pueden inspirar a niñas y jóvenes mujeres chilenas a seguir carreras científicas, como la astronomía. No podemos permitir que barreras culturales, como los estereotipos de género, les impidan desarrollar su curiosidad científica desde la niñez, ni seguir perpetuando conductas ni normas que contribuyan a la reducción progresiva de la participación de las mujeres en las diferentes etapas de la carrera académica y de investigación.
Es necesario ser proactivos a la hora de buscar la igualdad: varios estudios evidencian que la pandemia exacerbó la brecha de género en ciencia al agudizar la inequidad en la distribución de trabajo no remunerado y de cuidados. Reducir esta distancia permitirá que las científicas alcancen la equidad económica y jerárquica, además de beneficiar la investigación al formar comunidades científicas más diversas.
Bárbara Rojas-Ayala es doctora en astronomía, académica del Instituto de Alta Investigación de la Universidad de Tarapacá e investigadora asociada del Centro de Astrofísica y Tecnologías Afines (CATA)
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