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Hace veinte años, la palabra “biotecnología” era prácticamente desconocida en Chile. Hoy, afortunadamente, eso ha cambiado.
Contamos con una generación de científicos y científicas formados en el país y en el extranjero, con ideas innovadoras y proyectos de gran potencial. Sin embargo, pese al talento y a las oportunidades que nos ofrece nuestro territorio, aún no logramos posicionar la biotecnología como una prioridad nacional.
El principal obstáculo es la falta de un ecosistema sólido. Tenemos capacidades instaladas en universidades, centros de investigación y pequeñas empresas, pero carecemos de financiamiento estable y continuo, además de mecanismos eficaces para conectar la ciencia con la industria y la política pública.
La consecuencia es que muchas innovaciones se quedan estancadas en el llamado “valle de la muerte”: una etapa crítica en la que no se cuenta con los recursos ni los apoyos para escalar el desarrollo hasta llegar al mercado o a su aplicación concreta.
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A diferencia de otros sectores, la biotecnología requiere tiempo, inversión sostenida y regulación especializada. No basta con una buena idea: se necesitan políticas públicas de largo plazo, capital de riesgo con visión estratégica y una cultura científica que parta en la escuela.
Formar a un biotecnólogo toma años, pero en ese proceso también formamos personas capaces de pensar de forma interdisciplinaria, de buscar soluciones basadas en evidencia y de contribuir al desarrollo sostenible.
Chile tiene desafíos urgentes en los que la biotecnología puede marcar la diferencia: adaptación al cambio climático, seguridad alimentaria, desarrollo de nuevos materiales, salud personalizada, aprovechamiento sostenible de la biodiversidad. ¿Vamos a seguir importando soluciones que podríamos generar localmente?

Somos un laboratorio natural, con condiciones únicas y una comunidad científica creativa y resiliente. Hemos hecho mucho con poco, pero no podemos vivir eternamente de la precariedad.
Es hora de pasar de la declaración a la acción, de confiar en nuestro conocimiento y de tomar decisiones estratégicas que nos permitan construir soberanía científica y tecnológica.
Tenemos el talento. Tenemos el territorio. Lo que nos falta es decisión.