Cambio Global y el desafío en la sostenibilidad de la Acuicultura en Chile

Instalamos sensores en la bahía de Caldera para monitorear en tiempo real el oxígeno, pH y temperatura del océano. Esta información, clave para enfrentar el cambio climático, está ayudando a los acuicultores a comprender mejor las condiciones que afectan al ostión del norte y otros recursos marinos.

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Chile tiene una costa extensa y diversa, que funciona como un verdadero laboratorio natural. Sus condiciones oceanográficas y químicas varían significativamente de norte a sur, lo que nos entrega una oportunidad única para estudiar el océano en toda su complejidad. Como científica, me interesa especialmente el norte de Chile, donde especies marinas de importancia económica, como el ostión del norte (Argopecten purpuratus), forman parte fundamental del ecosistema y la economía local. 

Estudiar la salud del mar en esta zona no solo nos permite entender los efectos del cambio global en el océano sobre los ecosistemas marinos, sino también anticipar riesgos para las comunidades costeras que dependen de ellos. La acuicultura, el turismo, el transporte y otros sectores productivos están directamente relacionados con el estado del océano. Por eso, necesitamos saber con claridad cuáles son las condiciones actuales y cómo podrían cambiar en el futuro. 

En noviembre de 2024 me integré al Centro de Investigaciones Costeras (CIC) de la Universidad de Atacama. Mi experiencia previa ha estado centrada en evaluar cómo los estresores del cambio global —como la desoxigenación o la acidificación del océano— afectan a organismos clave para la acuicultura nacional. Pero al llegar a Caldera, me encontré con una realidad inquietante: no teníamos información básica sobre las condiciones de la bahía. 

En ese contexto, y gracias a colaboraciones con el Instituto Milenio en Socio-Ecología Costera (SECOS), comenzamos a instalar sensores oceanográficos en distintos puntos estratégicos de la bahía. Hoy contamos con cinco sensores que registran, cada 20 minutos, datos sobre pH, oxígeno disuelto, temperatura y otros parámetros. También comenzamos a levantar información mensual de microalgas, para determinar la composición fitoplanctónica de Caldera, lo que es fundamental para organismos filtradores, entre ellos: ostión, ostras, almejas y piure. 

Los sensores registran datos sobre pH, oxígeno disuelto, temperatura y otros parámetros

Al conversar con acuicultores locales durante talleres, me di cuenta de que muchos desconocen las características del agua en las que tienen sus cultivos y de los cuales dependen su actividad laboral. Cultivan como lo hacían sus padres o abuelos, pero sin saber la temperatura, el pH o el nivel de oxígeno. Con esta red de sensores, no solo llenamos un vacío de información, sino que compartimos ese conocimiento directamente con las comunidades. Organizamos reuniones donde entregamos los datos recogidos y analizamos cómo podrían estar relacionados con fenómenos observados por los propios acuicultores, como mortalidad o cambios en la reproducción. 

Este trabajo no se trata solo de medir, sino de construir puentes entre la ciencia y el territorio. Estamos generando una línea de base que nos permitirá proyectar, en conjunto con estudios previos de cambio climático, cómo podrían evolucionar estas condiciones en los próximos 10 o 15 años. En investigaciones anteriores, por ejemplo, en Tongoy, he trabajado con escenarios futuros de oxígeno y pH, y he sometido organismos a esas condiciones para evaluar sus efectos en características nutricionales y sensitivas. Hicimos análisis de proteínas, vitaminas y ácidos grasos, además de pruebas organolépticas —es decir, evaluaciones que consideran sabor, olor y textura— y observamos diferencias significativas. 

Dos fenómenos son especialmente críticos: la acidificación y la desoxigenación del océano. Ambos están presentes en forma recurrente en zonas como Tongoy debido a procesos naturales como la surgencia, que trae aguas frías desde las profundidades con bajo pH y bajo oxígeno, pero también cargadas de nutrientes.  

«Los sensores deben instalarse con cuidado, protegerse de daños y robos, limpiarse regularmente», dice Valeska San Martín.

La acidificación, intensificada por el aumento de dióxido de carbono en la atmósfera, disminuye el pH del mar presentando una amenaza para los organismos calcificadores (que tiene carbonato de calcio en su estructura) que son los principales recursos de la acuicultura chilena, como lo son: los choritos y ostiones. Respecto al chorito, ya hemos evaluado que además de tener una pérdida de biomasa, se observan una pérdida en atributos de mercado claves para el consumidor como son: los atributos nutricionales y además la apariencia, reflejando que hay una voluntad de pagar más por productos que no estén afectados por la acidificación.  

Mantener operativa esta red de monitoreo no está exento de desafíos. Los sensores deben instalarse con cuidado, protegerse de daños y robos, limpiarse regularmente para evitar que organismos marinos los cubran e interfieran con la medición, y calibrarse mensualmente. Es un trabajo intensivo que involucra buzos, embarcaciones, traslado de equipos y muchas horas de dedicación. A veces, lo que parece solo una gráfica de temperatura esconde un esfuerzo logístico y humano enorme. 

Pero vale la pena. Porque esta información no existía antes y hoy está ayudando a que los propios acuicultores comprendan mejor su entorno, relacionen fenómenos observados con datos concretos y tomen decisiones informadas. Estamos construyendo ciencia colaborativa, conectada con la realidad de las comunidades costeras. 

Lo más importante es no detenerse. La investigación científica debe seguir avanzando, incluso cuando el camino es difícil. Chile es una potencia en producción marina. Cultivamos salmón, chorito, ostión, y tenemos una inmensa riqueza en nuestro mar. Debemos aprender a cultivarlo y, sobre todo, a cuidarlo. 


Valeska San Martín es investigadora del Centro de Investigaciones Costeras (CIC) de la Universidad de Atacama & Instituto Milenio en Socio-Ecología Costera (SECOS).