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Uno de los momentos más esperados del año para los habitantes de Kioto, como también para los miles de turistas que visitan la ciudad japonesa durante esa fecha, ya no se sabe bien cuándo ocurre.
Solía pasar cerca del 10 de abril, ya instalada la primavera boreal, cuando los centenarios cerezos que adornan la ciudad abren sus delicadas flores rosadas, las famosas sakura, y durante algunos días instalan un conmovedor espectáculo natural. Pero cada año, durante las últimas décadas, esa fecha se ha ido adelantando: el 2023 ocurrió casi dos semanas antes de lo normal, el registro más temprano desde el siglo IX.
En Chile, uno de los momentos más esperados del año, al menos para muchos agricultores, también es el florecimiento de los cerezos. Sus pétalos, más pálidos que los japoneses, no interesan tanto por su belleza como por lo que anuncian: la producción de cerezas, fruta de la que somos el principal exportador mundial. El problema es que esa fecha también está cambiando año tras año, lo que afecta directamente la logística en el campo, además de la calidad de la cosecha.
Como los inviernos en el mundo están siendo cada vez más cálidos y cortos, las plantas de climas templados, que requieren de una cierta cantidad de horas de frío para luego florecer y desarrollar sus frutos, se ven confundidas: a veces florecen antes de tiempo, pues la temperatura les indica que la primavera ya llegó; otras lo hacen débilmente, sin mucha intensidad, o incluso de forma heterogénea, es decir, en distintos momentos del año.
Como el fruto viene de la flor, todas estas condiciones alteran la producción. El 2023 fue un invierno bastante cálido, y árboles frutales de la familia de las Rosacea, como el cerezo, el ciruelo, el durazno, el manzano o el almendro, tuvieron después una mala cosecha: solo la producción de cerezas bajó cerca de un 30 por ciento.
Lo ideal, al menos en los cerezos, es que acumulen entre 500 y 1000 horas de frío al año, concentradas en el invierno. Para que eso se cumpla la temperatura debe estar entre 4 y 7 grados, pero en la región del Maule, en julio de 2023, la mínima promedio fue de 7 grados, con máximas de hasta 20 grados.
Cada estación del año es importante para el ciclo reproductivo de estos árboles. En el verano, después de la cosecha, las hojas verdes se quedan haciendo fotosíntesis y producen azúcares, que luego se almacenan en el tronco y las raíces. Eso representa la reserva energética que los árboles usarán para sobrevivir el invierno y florecer en primavera.
En otoño, las hojas cambian de color —lo que se denomina senescencia— y luego caen. En ese momento el árbol entra en una dormancia profunda, una especie de hibernación vegetal donde su actividad metabólica se reduce al mínimo. Aquí es cuando el frío resulta clave: es el momento cuando los árboles deben acumular frío para que haya la floración en primavera.
Pero si no hay suficientes horas de frío durante el invierno, y además ocurren veranitos con días cálidos, los árboles lo interpretan como una señal de que llegó la primavera, por lo que despiertan y florecen tempranamente. Pero si después vuelve a hacer frío, o viene una helada, las flores no son capaces de tolerarlo y abortarán, lo que impactará en la producción de frutos.
Para contrarrestar estos efectos, muchos productores aplican algunos químicos a los cerezos para que consigan acumular frío artificialmente. El principal es la cianamida hidrogenada, un fitorregulador que se ocupa en Chile pero que es muy tóxico para las personas. Tanto así que está prohibido en la Unión Europea.
También se ponen cortinas de plástico entre las hileras de los árboles, con la intención de generar un microclima que mantenga un poco más el frío en las yemas florales. Pero si el invierno es muy cálido, esta medida no resulta suficiente.
Una alternativa a largo plazo es desarrollar variedades más adaptadas a estas nuevas condiciones, que requieran de menos horas de frío, pero ese es un camino que toma mucho tiempo: un arbolito de cerezo demora entre 4 y 6 años en florecer. El INIA trabaja desde 2010 en un mejoramiento de cerezos pero aún no tienen resultados definitivos.
Por eso, en el Centro de Genómica y Bioinformática de la Universidad Mayor estamos desarrollando compuestos de uso agrícola, amigables con el medioambiente, que puedan regular la expresión de genes relacionados con la dormancia y la floración. Un colega de nuestro Centro de Nanotecnología Aplicada está desarrollando nanopartículas que servirán de vehículo para estas moléculas de ARN pequeños. Es un método parecido al usado en las vacunas contra el Covid-19, pero en este caso sería un espray que se asperjaría en las plantas para inducir o retrasar la floración.
Aún estamos en proceso de pruebas y estudios, pero ayudará a acelerar la adaptación de la industria frutícola, una de las más importantes de Chile, a estos accidentes climáticos. Así, independiente de cómo sean los inviernos, podremos saber exactamente en qué fecha florecerá el cerezo.
Andrea Miyasaka es doctora en Biología Molecular e investigadora del Centro de Genómica y Bioinformática de la Universidad Mayor.
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