No todo es microplástico: los otros contaminantes invisibles que amenazan los océanos y su vida

Aguas servidas con fármacos y químicos de uso diario están afectando el ecosistema de la Antártica. Una investigación revela su impacto en peces y la urgencia de un mejor tratamiento.

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Se suele ver la Antártica como un territorio prácticamente intacto, protegido y aislado de las actividades humanas. Sin embargo, debo empezar esta columna con una advertencia: la Antártica ya no es un refugio intocado, sino un territorio amenazado. Les entrego un ejemplo. 

Hay dos razones que permiten entender esta realidad sobre las amenazas que está experimentando la Antártica. 

En primer lugar, la contaminación ya no es local: es global. Los productos químicos que utilizamos en nuestras casas, en la agricultura o en la minería tienen la capacidad de moverse a través de la atmósfera desde latitudes más cálidas hasta las zonas más frías del planeta, donde finalmente se depositan. En la Antártica se han encontrado pesticidas, compuestos orgánicos persistentes y otros químicos en el agua y en la biota. 

El segundo motivo por el cual la Antártica no está aislada es porque cada vez está más poblada. Mientras tuvimos nuestra expedición en enero de este año, en un día podían aterrizar hasta cinco aviones llenos de pasajeros, en su gran mayoría turistas. Además, hay dotaciones científicas y militares en las bases, muchas de las cuales son permanentes, lo que significa que hay población humana habitando la Antártica los 365 días del año. Y esta población humana está generando desechos diariamente. 

Algunos países con presencia en el continente antártico envían sus desechos de vuelta a sus países, pero otros sencillamente los queman. Las aguas servidas se lanzan a las bahías luego de un tratamiento, pero éste no es suficiente para eliminar este tipo de contaminación. 

Mi investigación se centra en la ecotoxicología acuática, que busca entender cómo estos contaminantes afectan a los organismos. Para la opinión pública, el cambio climático es un tema familiar, pero los científicos buscamos expandir el concepto a «cambio global», que abarca otros procesos como la pérdida de biodiversidad, el cambio de uso de suelo y la contaminación por productos químicos. A través de la ecotoxicología, estudiamos los efectos que ejercen estos compuestos en los organismos. En mi caso, utilizo peces como modelo, pues me interesa el ambiente acuático. Analizo cómo estas sustancias influyen en la reproducción, el desarrollo, el comportamiento y la estabilidad de sus poblaciones. 

Trabajamos con Harpagifer antarcticus, un pequeño pez intermareal de unos 12 centímetros que se esconde bajo las rocas y tiene muy baja movilidad. Esto nos asegura que los individuos que estudiamos han estado expuestos a contaminantes durante toda su vida. Mediante técnicas de transcriptómica, hemos observado que los peces expuestos a aguas servidas tienen el metabolismo reducido, efectos en su sistema inmune y alteraciones en la reproducción.  

El Harpagifer antarcticus.

Por ejemplo, los machos comienzan a expresar genes femeninos. Uno de los biomarcadores más comunes es la vitelogenina, una glicoproteína que normalmente solo producen las hembras para la formación del huevo, pero que en los machos expuestos a estos contaminantes se empieza a generar, afectando su reproducción y el equilibrio de la población. 

Este problema no es exclusivo de la Antártica, sino también del Chile continental. La mayoría de las ciudades de nuestro país tienen tratamiento secundario de aguas servidas, que elimina sólidos, nutrientes y bacterias, pero no estos contaminantes emergentes. Nuestras cuencas se comparten para el consumo humano, la agricultura y la minería, y tras su uso, los residuos vuelven al agua, generando un desgaste en la biodiversidad. En Chile tenemos alrededor de 50 especies de peces de agua dulce, de las cuales el 80% son endémicas. Es decir, no existen en ninguna otra parte del mundo, lo que nos impone una responsabilidad especial sobre su conservación. 

Existen tecnologías para mitigar este impacto, como los tratamientos terciarios que degradan o reducen significativamente la concentración de estos compuestos. Sin embargo, su implementación es costosa y en un país en vías de desarrollo es difícil exigir mejoras en los tratamientos de aguas servidas cuando hay otras necesidades urgentes. Es clave compartir tecnología y aprender de países como Canadá o los europeos, donde se han tomado medidas para reducir estos contaminantes. 

Si este camino no se revierte, la Antártica enfrentará un futuro incierto. Afortunadamente, los PPCP pueden eliminarse con un tratamiento adecuado, lo que evitaría sus efectos. Pero hay muchas preguntas por responder. Hemos analizado peces, pero ¿qué ocurre con la microbiota, macroinvertebrados, aves o mamíferos que cohabitan en este frágil ecosistema?  

El llamado es a informarnos. Nos impactan los efectos del plástico, pero prestamos poca atención a estas otras amenazas. Cada vez es más común ver productos etiquetados como «libres de BPA» o «libres de PFOA» porque ya sabemos que estos compuestos son tóxicos. Es hora de ampliar nuestra preocupación a estos contaminantes invisibles que ya están afectando tanto a nosotros como a nuestros ecosistemas.


Paulina Bahamonde es doctora en biología, investigadora en ecotoxicología acuática y académica de la Universidad Mayor. Estudia el impacto de contaminantes en ecosistemas acuáticos, con foco en la Antártica.