​​Pasto marino: el sumergido tesoro para combatir el cambio climático

Esta especie es capaz de capturar carbono 35 veces más rápido que las selvas tropicales.

Pasto marino
Ilustración: César Mejías.

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En ciertas bahías del norte chico de nuestro país, entre Caldera y Tongoy, se encuentra sumergido un tesoro que no debemos desenterrar; al contrario, tenemos que cuidarlo y preocuparnos de que se quede donde está, porque su valor para el ecosistema costero, así como para combatir el cambio climático, solo funciona si se mantiene ahí, en el fondo del mar.

Es el pasto marino, como se le dice comúnmente a la Heterozostera nigricaulis, una planta que crece en zonas de baja profundidad —entre uno y 12 metros, en promedio— y que forma verdaderas praderas submarinas, donde encuentran refugio desde pequeños invertebrados hasta majestuosas tortugas verdes, hoy en peligro de extinción. De hecho, una hectárea de pasto marino puede albergar unos 80 mil peces.

A diferencia de las algas, que se anclan a las rocas, el pasto marino tiene raíces, las cuales entierra en el fondo —que debe ser blando, extenso y de poco oleaje— para extraer nutrientes, similar a una planta terrestre

También retiene CO2, pero no como otras especies vegetales: según el último informe del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático, los pastos marinos, junto a los manglares y marismas, pueden almacenar hasta mil toneladas de carbono por hectárea. Es decir, son capaces de capturar el carbono 35 veces más rápido que las selvas tropicales.

Como en tantas otras oportunidades, hemos despilfarrado esa riqueza, y hoy el pasto marino corre el peligro de desaparecer. Es una especie que hace fotosíntesis y necesita de la luz solar para crecer, pero el aumento de los puertos y del tráfico naviero, además de la contaminación de los mares, vuelve más oscuras las costas e impide su desarrollo. 

La tasa de pérdida global de las praderas marinas es de un 2% anual y por eso, actualmente, muchas especies se encuentran en peligro de extinción. De hecho, se estima que alrededor del 92% de los pastos marinos del Reino Unido, por efectos del ser humano, desaparecieron durante el siglo XX. 

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Los pastos marinos necesitan de mucha luz para crecer.

En Chile no se ha investigado lo suficiente: hasta hace poco solo sabíamos, por investigaciones realizadas en la década de 1980, que existen tres zonas con pasto marino. Por lo que hemos podido observar, todo indica que al menos una ha reducido su área.

Es la de Bahía Chascos, una zona que está 80 kilómetros al suroeste de Copiapó, en la Región de Atacama, y que hoy se ve amenazada por el proyecto del megapuerto Copiaport-E. También hay pastos marinos en Isla Damas, en medio de la Reserva Nacional Pingüino de Humboldt, Región de Coquimbo, y algo más al sur, en Puerto Aldea, cerca de Tongoy.

En esta última pradera se han reportado 117 especies diferentes de macroinvertebrados y 16 especies de peces, aunque lo más probable es que la diversidad sea aún mayor. Allí también hay bancos naturales de ostiones y es zona de refugio para las jaibas, productos de gran importancia para los pescadores artesanales de la zona.

Nuestro proyecto, un Fondecyt Regular ejecutado desde el Centro de Investigaciones Costeras de la Universidad de Atacama, durará tres años y busca no solo conocer mejor lo que ocurre bajo el agua con los pastos marinos sino además el valor que tiene para las comunidades. Recogeremos la visión de las caletas, su conocimiento tradicional sobre estas praderas, cómo las perciben y diseñaremos junto a ellos planes para conservarlas.

Por suerte, el pasto marino puede cultivarse. En Europa existen otras especies con las que se están haciendo plantaciones en el Mar Báltico o en algunas bahías del Atlántico. Básicamente, están jardineando bajo el agua: abren un poco el sedimento y ponen las plantas enteras en el sedimento. 

Es algo que también podríamos hacer en Chile. Este tesoro natural debe permanecer en el fondo del mar y, con su verde riqueza, ayudarnos a enfrentar este difícil futuro.


Eva Rothäusler es doctora en biología marina e investigadora del Centro de Investigaciones Costeras de la Universidad de Atacama.