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En las zonas rurales de Chile, comunidades enteras enfrentan sequías prolongadas y lluvias torrenciales, fenómenos cada vez más frecuentes debido al cambio climático. Estas adversidades han impulsado soluciones innovadoras que combinan saberes ancestrales con tecnologías emergentes.
La investigadora Jorgelina Sannazzaro, del Centro para la Resiliencia, Adaptación y Mitigación (CReAM) de la Universidad Mayor en Temuco, se ha dedicado a estudiar estas respuestas locales. Su enfoque se centra en cómo las comunidades rurales e insulares adoptan tecnologías para adaptarse y mitigar los efectos del cambio climático.
Recientemente, Sannazzaro obtuvo un Fondecyt de Iniciación para un proyecto titulado «Los roles sociales y de género en la resiliencia climática. Tecnologías vinculadas a la adaptación y mitigación desde una perspectiva interseccional y situada en Chile». Este estudio busca comprender cómo los roles sociales y de género influyen en la adopción de tecnologías en contextos rurales.
Según el Banco Mundial, la adopción de tecnologías adecuadas es esencial para que las comunidades rurales enfrenten los desafíos del cambio climático. Sin embargo, factores como el género y la estructura social pueden influir en la eficacia de estas soluciones.
El CReAM de la Universidad Mayor, inaugurado en 2023, se dedica a investigar y promover estrategias de resiliencia y adaptación a “a escenarios cambiantes y desafiantes, especialmente desde el punto de vista ecológico”, como se lee en el sitio web de la casa de estudios.
Sannazzaro explica que con su investigación espera generar transformaciones concretas, especialmente en sectores que enfrentan más barreras para adaptarse a retos ambientales y sociales.
“Además, me motiva el poder visibilizar cómo las relaciones de género influyen en estos procesos y, a través de ello, contribuir a la construcción de un futuro más equitativo y sustentable”, afirma.
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El rol de las comunidades en la resiliencia climática
En Chile, 185 de las 345 comunas del país son consideradas rurales. Es decir, más de la mitad de su población vive en distritos cuya densidad es menor a 150 habitantes por kilómetros cuadrados. Y si bien el INE solo registra un 12,2% de población rural en el país, la Política Nacional de Desarrollo Rural (PNDR), promulgada en 2020, usa otros criterios para medir esta dimensión y sitúa en un 25% el total de población rural en Chile.
Existe amplia evidencia de que las comunidades rurales e insulares son las más vulnerables ante eventos climáticos extremos como sequías o inundaciones. Sin embargo, estas mismas localidades han desarrollado soluciones innovadoras y sostenibles para mitigar los impactos del cambio climático.

Según Jorgelina Sannazzaro, estas comunidades no son apáticas ni desinformadas. “Por el contrario, cuentan con una vasta competencia cultural y conocimientos locales que muchas veces coinciden con conclusiones científicas”, explica.
La investigadora enfatiza que estas respuestas locales surgen en contextos marcados por la falta de acceso a recursos y conectividad. Esto lleva a las comunidades a desarrollar tecnologías adaptadas a sus necesidades específicas, lo que las convierte en modelos únicos de innovación. “Chile tiene una gran cantidad de territorios insulares y periurbanos donde la vulnerabilidad impulsa la creación de soluciones únicas que contribuyen a la mitigación y adaptación”, señala.
Un ejemplo de esto son las prácticas tradicionales que muchas comunidades mantienen en sus territorios. Aunque a veces estas prácticas dejan de ser efectivas por los cambios abruptos del clima, como la reducción de lluvias, los saberes locales siguen siendo clave para la resiliencia. Para Sannazzaro, estudiar estas soluciones permite no solo visibilizarlas, sino también fortalecerlas.
El proyecto liderado por Sannazzaro también busca identificar los obstáculos que enfrentan las comunidades para adoptar tecnologías de manera sostenible. Estas barreras incluyen la falta de pertinencia cultural de las tecnologías transferidas y el desconocimiento de las particularidades del territorio. “Muchas veces las tecnologías son diseñadas sin considerar el contexto local, lo que puede generar más problemas que soluciones”, advierte.
Desde el Centro CReAM, el trabajo se centra en colaborar directamente con las comunidades, integrándolas desde el diseño hasta la evaluación de los proyectos. Este enfoque asegura que las soluciones propuestas no solo sean efectivas, sino también sostenibles a largo plazo, promoviendo una resiliencia climática situada y culturalmente pertinente.
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Género y tecnología: cerrando las brechas en los territorios
Un antecedente clave en el trabajo de Jorgelina Sannazzaro es su participación en un proyecto sobre gestión de aguas en Chiloé, desarrollado junto a redes de mujeres como La Trenza y la Asociación de Mujeres Insulares por las Aguas. Este proyecto, también con perspectiva de género, permitió identificar barreras y oportunidades para fortalecer el rol de las mujeres en la gestión de recursos hídricos. En las comunidades rurales de Chile, las mujeres enfrentan desafíos significativos para acceder y utilizar tecnologías destinadas a la adaptación climática.
Dice Jorgelina: «Las mujeres suelen enfrentar más obstáculos para acceder a estas soluciones debido a barreras culturales y prácticas». Estas barreras incluyen la asociación tradicional de la tecnología con lo masculino y la distribución desigual de roles sociales.

Este es un problema global, con matices locales. A nivel mundial, las mujeres tienen un 21% menos de probabilidades que los hombres de acceder a internet. Estas disparidades limitan las oportunidades de las mujeres rurales para participar en la economía digital, acceder a servicios esenciales y mejorar sus medios de vida.
Sannazzaro agrega que el enfoque de género es algo que ha transformado el modo de conducir investigaciones de este tipo. «A menudo se piensa que basta con incluir mujeres en las entrevistas, pero el enfoque de género va mucho más allá», dice. Es esencial reconocer las desigualdades estructurales. Por ejemplo, la distribución desigual de las tareas de cuidado, que limitan la participación femenina en procesos tecnológicos.
Para abordar estas disparidades, su proyecto Fondecyt de Iniciación busca visibilizar y valorar el trabajo de las comunidades, destacando que integrarlas desde el inicio, en el diseño, ejecución y evaluación de los proyectos, es clave para garantizar que las soluciones propuestas sean efectivas y sostenibles. Este enfoque promueve una justicia climática más inclusiva y equitativa.