El misterioso caso de los árboles nativos muertos en el sur (y los científicos que buscarán las pistas para resolverlo)

Muchos bosques de Nothofagus, árboles centenarios, están enfermando y aún no se sabe bien por qué. ¿Los sospechosos? Un escarabajo, un hongo y, por supuesto, el hombre.

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Foto: Fernan Federici.

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Uno esperaría que en los bosques nativos, especialmente dentro de zonas protegidas como reservas naturales o parques nacionales, solo reinara un perfecto equilibrio: sin otra intervención humana que la conservación, uno piensa, la naturaleza se regulará sola, como tan bien lo sabe hacer, y todas las especies, como árboles o insectos, se mantendrán en ese delicado pero constante balance cíclico de vida y muerte. 

Pero no es así. En ecosistemas resguardados y aislados, como en el Parque Nacional Cerro Castillo, en Aysén, 47 kilómetros al sur de Coyhaique, los desequilibrios también ocurren, y especies que han convivido durante cientos, miles o millones de años, algunas incluso en simbiosis, comienzan a degradarse entre ellas, lo que luego se vuelve un catastrófico efecto dominó: si un insecto, por ejemplo, baja su población, sus depredadores, como algunas aves, también se verán afectados, así como los mamíferos que se alimentan de ellas y eventualmente las plantas que las necesitan para propagar sus semillas.

Es lo que se está observando en una serie de árboles del género Nothofagus —como el ñirre, el coigüe o la lenga—, especies nativas y predominantes en ciertos bosques del sur de Chile, que se encuentran en preocupante decaimiento. Uno de los motivos, como lo identificó la Corporación Nacional Forestal (CONAF), es la acción de los escarabajos de ambrosía (Gnathotrupes), un coleóptero que barrena túneles en las ramas de estos árboles y luego deposita sus larvas en ellos.

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El Gnathotrupes, o escarabajo de ambrosía, principal sospechoso del crimen.

Extrañamente, este género de escarabajos —del cual se han identificado hasta 16 especies distintas— no es invasor, sino que habita en los bosques nativos australes desde siempre. Pero a pesar de ser un vecino habitual de los robles o lengas, su actividad les está haciendo un daño severo: muchos árboles de Nothofagus, que pueden llegar a medir 40 metros de alto, están muriendo por esta causa. Y con sus caídas, todo el ecosistema se ve afectado.

“Puede ser que haya más porque ahora se está poniendo más atención en el bosque nativo, donde antes no se hacían muchos estudios, o quizá hay factores como el cambio climático o la acción antrópica que pueden estar afectando, ya sea estresando los árboles o favoreciendo la reproducción de estos escarabajos Gnathotrupes”, dice Paul Amouroux, doctor en biología y académico del Centro Hémera de la Universidad Mayor, quien liderará un grupo de investigación, mandatado por CONAF a través de una licitación pública, para descubrir qué es lo que realmente está pasando ahí y cómo evitar más muertes de Nothofagus.

Triángulo de amor bizarro: árboles, escarabajos y hongos

Faltó decir algo muy importante sobre los escarabajos de ambrosía: a pesar de diseñar estos complejos túneles en los ñirres o coigües, en los cuales las hembras depositan a sus larvas, ellos no se alimentan de la madera, como una termita. Lo que hacen es transportar a sus espaldas un hongo, aún no identificado, que inoculan al interior del árbol y con el que luego alimentarán, tanto las crías como los adultos. Mientras esto ocurre, los machos vigilan la entrada y expelen el aserrín. 

El problema podría estar en el hongo, según que el Manual de Plagas y Enfermedades del Bosque Nativo, publicado el 2008, “mancha y pudre la madera, pero no cambia sus propiedades estructurales (…) Sin embargo, podría provocar la muerte del árbol, por obstrucción del sistema vascular”.

No hay certezas, eso sí, de que éste sea el caso. “Tenemos varias dudas”, admite Amouroux. “No sabemos si la mortalidad de las plantas viene de este hongo del que se alimentan las larvas o si viene de otro hongo, que está asociado al insecto y que aprovecha el transporte para contaminar el Nothofagus. Esperamos descifrarlo pronto”. 

Así son los túneles que perfora el escarabajo en los árboles Nothofagus, como el coigüe o la lenga.

Este domingo, de hecho, realizarán el primer viaje a Aysén junto con CONAF para estudiar el problema. Más adelante visitarán bosques en Ñuble y Biobío, donde otras especies de árboles Nothofagus y de escarabajos Gnathotrupes están teniendo el mismo conflicto.

“Uno espera un equilibrio en estos paisajes”, dice el académico francés, que este 1 de enero cumple diez años en Chile. “Pero eso es lo que debemos averiguar: qué está pasando, por qué ese equilibrio se perdió”. 

Por ahora, los motivos que se suponen son como las galerías que construyen estos coleópteros: uno sabe cómo empiezan pero no dónde terminan. ¿Será que los árboles están más estresados porque tienen menos tiempo de frío que antes? ¿O por el estrés hídrico del déficit de lluvias? ¿O quizá se trate de un ciclo normal, que ocurre cada veinte o treinta años, en el que los escarabajos aparecen de manera importante pero luego vuelven a bajar? 

“Son cosas que no se saben porque al bosque nativo chileno no se ha estudiado a largo plazo”, explica Amouroux. Esos vacíos son los que intentarán llenar con esta investigación, que además de científica parece criminal pues, como verdaderos detectives, deben adentrarse en las profundidades del bosque para buscar pistas y así encontrar al responsable de esta preocupante mortalidad vegetal. 

¿Será el escarabajo de ambrosía? ¿Será el hongo que ellos inoculan u otro aún desconocido? ¿Serán los mismos árboles, más débiles que antes, o será, muy seguramente, el ser humano y sus actividades perjudiciales?  

Un equipo de tres cabezas

Para descifrar este misterio, y por requisito de la postulación, el equipo de investigación se compone de tres áreas científicas distintas. Uno es Paul Amouroux, experto en control biológico y en las interacciones entre plantas e insectos. Otra es Consuelo Olivares, doctora en genética molecular, académica del Centro de Genómica y Bioinformática (CGB) de la U. Mayor y especialista en hongos fitopatógenos, es decir, que afectan a las plantas. Ambos serán apoyados por Carla Briones e Isidora Venegas, sus respectivas asistentes de investigación. 

Y la tercera es Marlene Manzano, bioquímica y coordinadora del laboratorio del Centro de Genómica, Ecología y Medio Ambiente (GEMA), de la misma universidad. “Ella nos apoyará en la extracción de ADN, tanto de los hongos como del escarabajo Gnathotrupes, para luego caracterizarlos molecularmente”.

El investigador Paul Amouroux, que junto a un equipo de la Universidad Mayor intentarán resolver el misterio de los árboles muertos en el sur de Chile.

A fines del próximo año, cuando ya hayan tomado y analizado todas las muestras, estarán en condiciones de sacar las primeras conclusiones. Por ahora es apresurado aventurarse con alguna teoría, tanto porque aún no recolectan la evidencia como porque la información que existe respecto a estos escarabajos, a los árboles Nothofagus y a los hongos es escasísima.

“Científicamente, muchas zonas protegidas del sur de Chile, especialmente Aysén, siguen siendo poco conocidas. Es una región que en términos científicos se encuentra aislada: es de difícil acceso y todavía hay muy pocos estudios”, cuenta Amouroux. “Pero para mí eso es muy estimulante, porque significa que hay mucho por hacer. Estamos describiendo varias especies nuevas de insectos en parques y reservas nacionales, que no se han estudiado”. 

El poco interés, cree él, se debe a que no existe un incentivo económico que motive las investigaciones. “¿De qué me sirve este bichito en este árbol? Mientras no impacte, no cause daño o un beneficio material, no se investiga. Pero son especies endémicas, que solo existen en Chile: si desaparecen de aquí, desaparecerán también del planeta”.       

Por eso celebra que CONAF financie investigaciones científicas que ayuden a entender mejor el funcionamiento de las zonas protegidas y los bosques nativos. La conservación, piensa, no es solo cuidar y observar, sino también estudiar a fondo lo que se está defendiendo. “Porque, ¿cómo podemos cuidar bien algo sino conocemos cómo funciona o qué le está afectando?”, se pregunta. 

Este tipo de proyectos, a ellos como científicos académicos, también los obliga a salir de sus laboratorios y entregar respuestas rápidas a problemas contingentes. “La queja de la sociedad hacia la ciencia es que estamos encerrados en nuestro mundo, haciendo lindas publicaciones científicas en inglés que nadie puede leer”, reconoce. “Pero acá tenemos una solicitud urgente que puede realmente tener un efecto en la conservación del bosque nativo. Podemos generar una acción concreta en el entorno y no solamente a nivel de investigación: ayudaremos a quienes están en terreno e, idealmente, les propondremos manejos o maneras de controlar este fenómeno, basándonos en datos reales y concretos, usando el método científico”.