Del paper a la calle: cambiar los incentivos es fundamental para abrir la ciencia a las industrias

Esas fueron las conclusiones del segundo encuentro Retos del Futuro, la serie de conversaciones DESAFÍA.

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Foto: Juan Farias / La Tercera.

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Una queja que se repite, tanto dentro como fuera de las universidades, es que la investigación científica en Chile está encerrada. Plegada sobre sí misma, le cuesta mucho salir de los laboratorios académicos y ponerse a prueba con el resto de la sociedad, ya sean empresas privadas o servicios públicos. 

¿A qué se debe esto? ¿Es culpa de las y los científicos, muy ensimismados en su trabajo, o responsabilidad de las casas de estudio, demasiado competitivas y herméticas? ¿O se deberá, más bien, a la incapacidad de la industria nacional de vincularse con las universidades?

Esas fueron algunas de las preguntas que se intentaron responder en el segundo encuentro Retos del Futuro, la serie de conversatorios de DESAFÍA, la plataforma del consorcio Ciencia e Innovación para el Futuro 2030 (conformado por las universidades Mayor, de Atacama, Autónoma y de Tarapacá).

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Foto: Juan Farias / La Tercera.

Realizada el pasado viernes 12 de diciembre, en el auditorio de posgrado de la U. Autónoma, en la actividad participaron José Miguel Benavente, vicepresidente ejecutivo de CORFO, quien dio la charla inicial; Patricia Muñoz, subdirectora de la Agencia Nacional de Investigación y Desarrollo (ANID); Nicole Trefault, vicerrectora de Investigación de la U. Mayor y directora del consorcio; y Pablo Cifuentes, CTO y fundador de PhageLab, quienes formaron parte de un panel de conversación moderado por Francisco Aravena, editor de Crónica Estéreo, el podcast de LATERCERA.com.

La innovación es una autopista de dos sentidos

Benavente, quien antes de liderar la CORFO fue profesor universitario, hizo un clarísimo diagnóstico del problema. Primero, al describir que en Chile asumimos, equivocadamente, que la innovación científica solo tiene un sentido: desde la academia a la sociedad. «En realidad es un camino de doble vía: las empresas o el Estado, como ocurre en otros países, también deberían ser capaces de requerirle soluciones a las universidades», dijo.

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El vicepresidente ejecutivo de CORFO, José Miguel Benavente. Foto: Juan Farias / La Tercera.

Pero ese puente es el que aún hay que construir. Hasta ahora, lamentablemente, ni la academia ha tenido los incentivos para vincularse mucho con la industria —ya que obtienen más recompensas publicando papers— ni las empresas, ya sea públicas o privadas, han sido capaces de formular adecuadamente sus necesidades científicas a las universidades.

«A mí, como profesor e investigador universitario, me evaluaban por papers publicados y por las encuestas de los estudiantes», contó. «Pero en ninguna parte existe un incentivo explícito, tanto para profesores como autoridades, para hacer este trabajo de vinculación o nexo».

Por otro lado, apuntó a que el sector productivo en Chile «es incapaz de estructurar problemas de tal manera que el mundo científico y tecnológico los pueda resolver». Falta que las empresas incorporen a profesionales con doctorados y especialización para que sean capaces de definir necesidades, «lo que es mucho más complejo que estructurar la solución».

¿Cómo resolvemos este nudo? No hay una sola respuesta, pero desde CORFO se están promoviendo distintas iniciativas, como desarrollar equipos de innovación específicos para distintos gremios productivos, programas como StartUp Ciencia —para impulsar las empresas de base científico-tecnológica— y el desarrollo de puestos para académicos en ciertos ministerios, que sean capaces de funcionar como interlocutores con las universidades.

Cambiar los incentivos para la ciencia

Tras su intervención, se subieron al escenario el resto de las y los invitados para seguir profundizando sobre el tema. Como representante de la ANID, organismo del Estado que financia al Consorcio Ciencia e Innovación 2030 y a muchos otros programas científicos, Patricia Muñoz reconoció que por mucho tiempo los incentivos para las universidades no han estado bien enfocados.

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Nicole Trefault y Patricia Muñoz.
Foto: Juan Farias / La Tercera.

«Chile tiene una larga historia de ser un país que básicamente incentiva los papers», dijo. «En ningún otro país existe una ley como la que tenemos, de 1981, que da financiamiento a las universidades por el número de artículos científicos publicados». Chile subió en los rankings internacionales gracias a esa ley, pero según Muñoz ya es hora de modificar esas recompensas para generar investigaciones más integrales que respondan a los desafíos de la sociedad.     

«También debemos repensar la forma en que las universidades enseñamos», apuntó Nicole Trefault. «Seguimos enseñando ciencia como lo hacíamos hace cincuenta años. Si no cambiamos la forma de educar a nuestros estudiantes, de formarles las habilidades para acercarse a la industria o al mundo público, entrenenarlos para pensar en los problemas vinculados al entorno, ese tránsito será muy difícil. Uno de los esfuerzos principales del consorcio es provocar esos cambios, y mostrarles a los profesores otras formas de enseñar y hacer ciencia».

También habló Pablo Cifuentes, fundador de PhageLab, una empresa creada por estudiantes de biotecnología cuando aún estaban en la universidad, y que se ha transformado en uno de los emprendimientos científicos más exitosos del país. Como alternativa a los antibióticos, ellos aíslan bacteriófagos, unos virus que se encargan de combatir a las bacterias. Un antídoto mucho más sustentable y menos perjudicial que los fármacos sintéticos.

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Foto: Juan Farias / La Tercera.

«Acá en Chile siempre creemos que nos van a copiar, por eso no colaboramos mucho. Pero no es fácil que te copien», dijo Cifuentes. «En cambio, sin colaboración ni coordinación entre universidades, Estado y empresas, no se mueve la rueda de la innovación y la economía. Pero está en nuestro ADN pensar que alguien nos va a robar o copiar las ideas, porque el sistema nos hace competir y desconfiar». 

Además describió su experiencia como estudiante y de qué manera el pregrado puede cambiar para incentivar mecánicas más abiertas de hacer ciencia. «Recién en mi tercer año tuve ramos que sentí que me serían útiles para mi carrera profesional», contó. «Que eran prácticos, súper al grano, esenciales para superar mi tesis de magister. Siento que eso se pudo haber acelerado. En los primeros años, el principal cortafuegos eran los ramos memoriones, entonces quienes tenían mala memoria abandonaron la carrera. Pero quizá esas personas eran súper buenas generando soluciones, rápidos de mente, innovadores; a lo mejor eran malos en álgebra pero habrían sido buenos inmunólogos». 

Puedes ver el conversatorio completo en el siguiente video.