Este desconocido roedor chileno puede ayudar a encontrar una respuesta al Alzheimer

El degú, endémico de nuestro país, es una estrella para la ciencia.

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Es el pago de Chile: uno de nuestros animales nativos más reconocidos y estudiados por la ciencia mundial resulta ser un completo desconocido para la mayoría de la población. ¿O alguien, al ver la siguiente foto, sería capaz de reconocer a este mamífero? ¿Quién de ustedes, estimadas lectoras y lectores, sabe el nombre del pequeño roedor de la imagen?

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Foto: Arjan Haverkamp.

Se los presentamos: se llama degú. O degu (no es caprichoso con los acentos). También lo llaman ratón cola de pincel y alguna gente incluso le dice ardilla chilena. La comunidad científica, siempre tan seria, le puso Octodon degus, pero independiente de cómo lo nombren, se trata de un roedor endémico de Chile, del que aún se sabe poco respecto a su hábitat —estudios dicen que vive entre Atacama y el Maule, pero otros que su límite sur está en la Región Metropolitana—, no mucho sobre su estado de conservación, pero sí hay cientos de publicaciones al año, en distintas partes del mundo, sobre su comportamiento y su genética. ¿Cómo puede ser eso posible?

“El degú es un modelo único”, explica Daniela Rivera, doctora en ecología e investigadora del Centro GEMA de la Universidad Mayor. Lleva más de una década estudiando a este roedor, residente de los cada vez más escasos bosques de espinos, que de adulto pesa apenas 200 gramos y cuya cola termina como una fina escobilla. Popularmente tiene menos fama que la chinchilla y la vizcacha, pero para la ciencia se ha vuelto un importante caso de estudio, una especie que incluso podría ayudar a responder importantes desafíos para la salud humana.

Degú: el más humano de los roedores

Hay varias razones detrás del masivo interés científico por el degú, dice Rivera: por un lado, está que puede vivir muchos tiempo en el laboratorio —8 años promedio, con algunos casos que han llegado hasta los 11—, lo que permite estudiarlos a corto, mediano y largo plazo. Por otro, se trata de un animal “muy social, diurno, que aprende de otros a través de los lazos y la interacción social que establecen”. O sea, que tiene conductas bastante parecidas a las humanas.

A diferencia de otros roedores, el degú tiene su actividad durante el día, y al igual que nosotros, son capaces de ver y oír desde el momento en que nacen. Otro aspecto en común con las personas es que viven en comunidad: sus madrigueras son verdaderos condominios en los que múltiples familias de degús comparten espacios, recursos e incluso el cuidado de sus crías.  

Pero no solo eso: “sorprendentemente”, cuenta Rivera, “el proceso de envejecimiento del degú es muy similar al de los humanos, y además en el cerebro tiene una proteína, la beta-amiloide, que es muy parecida a la que se asocia con el Alzheimer en las personas”.

Todos esto convierte al anónimo degú en una celebridad para la biología, especialmente para la “ecología cognitiva”, un campo de investigación que explora “cómo los organismos perciben, interpretan y responden al entorno en el que viven”, así como los efectos que tiene el ambiente en su salud, desarrollo y bienestar.

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Un degú saliendo de su madriguera. Foto: Daniela Rivera.

La académica de la U. Mayor ha estudiado al degú desde distintas líneas. Una de las más recientes ha sido observar las consecuencias que tiene el aislamiento social, especialmente en etapas tempranas, en el funcionamiento cerebral adulto. Como este roedor vive principalmente en comunidad, y envejece neuronalmente de manera parecida a los humanos, las conclusiones resultan muy interesantes. 

“Pudimos determinar que el estrés que causa estar aislado por mucho tiempo aumenta la probabilidad de tener enfermedades neurodegenerativas, como el Alzheimer, a edades más tempranas”, cuenta Rivera. “Esto es particularmente importante si consideramos el aislamiento impuesto por la pandemia de COVID-19, lo que obliga a pensar en las consecuencias a largo plazo que el confinamiento podría tener en el cerebro de las personas”. 

El roedor y el Alzheimer

Daniela Rivera también estudia cómo la composición de la microbiota intestinal, esa inmensa colonia de bacterias y microorganismos que habita en el intestino, impacta en la fisiología y conducta de los degús. Y de qué manera, a su vez, los factores ambientales —como la dieta, la temperatura, el estrés o las interacciones sociales— modifican y alteran esta microbiota. 

¿Por qué esto es importante? “Porque hay muchos datos que muestran que los cambios en el microbioma intestinal no sólo afectan la función intestinal”, responde, “sino también la manera en que funciona el cerebro”. Es decir, que la calidad o cantidad de bichos que habita en nuestras tripas puede condicionar nuestro comportamiento. En el caso de los degús, puede intervenir en sus “estrategias de búsqueda de alimento o su interacción social con otros animales”. En los humanos aún está por verse, pero se sospecha que influye en nuestros estados de ánimo, capacidad de concentración y una mayor o menor tendencia a la depresión.

Todo esto se enlaza con el envejecimiento y el deterioro cognitivo, dos situaciones a las que la sociedad global, con el aumento de la esperanza de vida, se está viendo enfrentada de manera bastante crítica. Más que alargar aún más las trayectorias vitales, un desafío actual para la ciencia es encontrar maneras de que esta gran cantidad de años extra que hemos ganado se puedan vivir de la manera más digna posible.

En los degús, han encontrado que tanto el envejecimiento como el deterioro cognitivo dependen de muchos factores. Algunos son biológicos —por ejemplo las hembras, tanto degús como humanas, sufren un mayor desgaste neuronal durante la vejez en comparación a los machos— pero una buena parte son ambientales. 

“El estrés, la disponibilidad de alimentos, los cambios de temperatura, la presencia de depredadores, la falta de interacción social con sus pares así como la calidad del hábitat o lugar donde habitan pueden afectar negativamente estos procesos”, dice Rivera.

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Daniela Rivera, investigadora del centro GEMA de la Universidad Mayor

De hecho, estos factores “externos” son mucho más relevantes de lo que se creía. “Lo biológico solo explica entre el 5 y el 10 por ciento de las enfermedades con base genética; en el resto de los casos, el ambiente juega un rol muy preponderante”, agrega. 

Por ejemplo, la nutrición: se sabe que una alimentación alta en grasas saturadas y azúcares, y baja en antioxidantes (presentes en las frutas) o ácidos grasos omega-3 (en pescados, frutos secos y algunos cereales), puede aumentar el riesgo de deterioro cognitivo. 

Pero también se ha estudiado cómo los factores socioeconómicos, en el caso de los humanos, pueden ser determinantes de la salud mental: “la falta de acceso a agua potable, atención médica y educación aumentan el riesgo de enfermedades neurodegenerativas, mientras que una baja calidad de la vivienda o el entorno comunitario causan estrés crónico y problemas de salud mental que contribuyen a la neurodegeneración”. 

Además, apunta Rivera, la exposición a sustancias químicas como pesticidas, solventes y contaminantes del aire, como partículas finas y gases tóxicos, o contaminantes en el agua y en la tierra, “están asociadas con un mayor riesgo de enfermedades neurodegenerativas, incluyendo Alzheimer y Parkinson, debido a que causan inflamación y estrés en el cerebro”.

La buena noticia es que con el degú no solo se han observado y concluido los efectos negativos de ciertos factores ambientales, sino que también se han encontrado algunas respuestas para combatir estas consecuencias.

Una de ellas es que los efectos del aislamiento social se pueden ayudar a revertir al “resocializar a los animales”. Cuando un degú que se mantuvo separado por mucho tiempo entra nuevamente en contacto con sus respectivos hermanos y hermanas, los síntomas de su soledad comienzan a retroceder.

Y la más interesante, por las implicancias que pudiera tener en la humanidad, tiene que ver con el uso de ANDRO, un compuesto natural derivado de la planta asiática Andrographis paniculata, que tiene efectos en la reducción de los signos del Alzheimer.

Rivera, junto a otros investigadores, comenzó en 2016 a administrar ANDRO a hembras viejas de degú con dificultades o incapacidad para reconocer a sus pares, algo que se denomina “déficit de memoria social”. En solo tres meses de administración de este compuesto, se revirtieron las deficiencias “e incluso mostraron comportamientos similares a los de individuos jóvenes”. 

Luego extendieron el tratamiento a un año, con lo que además de mejorar el reconocimiento social y la memoria de largo plazo, se incrementó la actividad neuronal “y las proteínas involucradas en las conexiones y redes que forman entre ellas”.     

El siguiente paso, dice, es realizar estudios similares en degús machos, quienes tienen un envejecimiento distinto, y así determinar qué cosas hacen que estos procesos sean diferentes. “La idea es desarrollar tratamientos específicos y efectivos para cada caso” y, eventualmente, escalarlos y probar su eficacia en humanos.

El degú, un roedor incógnito, que vive bajo árboles espinudos y que casi no se deja ver, podría ser el artífice para revertir uno de los grandes problemas de la salud humana. Si así ocurre, que no se nos vaya a olvidar reconocérselo.


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