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En el medio del desierto más árido del mundo, donde el verde escasea y el agua no abunda, existe un verdadero oasis de biodiversidad: ahí, en una gran laguna rodeada de frondosos totorales, viven, anidan o descansan cientos de especies de aves, al mismo tiempo que circulan zorros y roedores nativos.
El espectáculo de vida que ofrece el humedal de la desembocadura del río Copiapó, al sur de la ciudad de Caldera y en la costa de Atacama, resulta una excepción dentro de esta región desértica. Pero a pesar de su relevancia ecosistémica, solo hace unos pocos años cuenta con protección legal: recién el 2022 sus 115 hectáreas fueron reconocidas por el Estado como Santuario de la Naturaleza.
La comunidad atacameña siempre reconoció el valor de este humedal, pues a simple vista es posible aquilatar su importancia como espacio natural, pero hasta entonces no había mucha información respecto a qué especies viven y dependen de él, qué grado de endemismo existe o cuáles amenazas le acechan.
Ahora, tras varias investigaciones y catastros, sabemos algo más. Según el expediente del Consejo de Monumentos Nacionales, en el humedal hay al menos 119 especies de aves habitan o pasan parte de sus vidas en el humedal, entre ellas el cisne coscoroba o el popular sietecolores, popularizado por Fiu, o que crecen unas 54 plantas nativas, dieciséis de ellas endémicas.
Es más: recientemente, y con aparatos que registran infrasonido, este año pudimos registrar a tres especies de murciélagos que no estaban identificadas. Todavía, por lo tanto, hay mucho que descubrir.
También queda mucho trabajo por realizar con la comunidad, especialmente en materia de educación ambiental, ya que a pesar del aprecio que existe de la comunidad de Caldera o Puerto Viejo hacia el humedal, existen serios problemas con el uso de este lugar, especialmente en el verano, cuando a la zona llegan miles de turistas de todo Chile.
La basura es uno de los principales inconvenientes, la que se acumula principalmente en la temporada estival y que termina contaminando el agua o los bordes costeros. Con el fuerte viento también llegan desechos desde zonas cercanas, por lo que el cuidado y la limpieza debe mantenerse incluso fuera de los límites del humedal.
Otro grave problema tiene que ver con las mascotas, especialmente los perros, que se mueven sueltos y depredan o alteran a la fauna, en particular a las aves. Incluso se forman jaurías, un fenómeno que se intensifica al final de la temporada estival, provocadas por el abandono que hacen algunos turistas de sus mascotas al final de la temporada veraniega.
También están los usos no regulados del humedal, como personas que conducen camionetas por la playa, aplastan aves, sus polluelos; andan en kayak en la laguna o manejan motos 4×4 por las dunas adyacentes. Así abren caminos donde no deberían, aplastan flora y perturban a la avifauna.
Los humedales, especialmente los que se ubican en zonas áridas, no son solo paisajes bonitos: además de la biodiversidad que cobijan, hacen grandes contribuciones al equilibrio de la naturaleza. Sirven de contención para los tsunamis o crecidas de la marea, funcionan como filtros para limpiar y almacenar el agua en napas subterráneas, ayudan a regular la temperatura y a capturar carbono.
Pero el problema actual con las zonas protegidas como este humedal es que no queda claro quién debe gestionarlo. Todo el mundo quiere conservarlo pero a priori nadie se hace cargo. Por eso, como Universidad de Atacama postulamos y nos adjudicamos un fondo de protección ambiental, del Ministerio de Medio Ambiente, para elaborar el plan de manejo del Santuario de la Naturaleza Desembocadura río Copiapó.
Este proyecto tiene tres grandes elementos. El primero es generar los lineamientos que ordenen lo que estamos protegiendo aquí, con prioridades respecto a qué se está conservando, para lo cual involucramos a la comunidad local y a todos las actores claves que tienen intereses o influencia en el humedal. Todo eso para construir el plan de manejo del humedal, que será administrado por el municipio de Caldera, y contará con el apoyo técnico de la UDA.
Además estamos estudiando el humedal para generar información de monitoreo de todos los componentes, flora, fauna, invertebrados y recursos hídricos, complementando lo que ya se sabe. Hemos instalado cámaras trampa y sensores de infrasonido para monitorear fauna, pequeña y grande.
Y el tercer componente es la educación ambiental, que incluye charlas y talleres con comunidades aledañas y escolares, tanto de la ciudad de Caldera como de Puerto Viejo, que es la localidad más cercana al humedal. También realizaremos difusión a través de redes y medios locales sobre la importancia del humedal y cómo preservarlo.
Declarar un paisaje o zona como Santuario de la Naturaleza para protegerlo es fundamental, pero es solo el primer paso. Luego viene lo más difícil y relevante: definir cómo gestionarlo, conseguir los recursos e involucrar a las y los diversos actores. En este proceso es muy importante trabajar y vincular activamente a quienes tienen intereses diferentes a la conservación de los humedales, como podrían ser los propietarios de terreno, constructoras y empresas.
En esta tarea, desde la ciencia y la academia podemos y debemos jugar un papel protagónico. Primero, para poner a disposición los conocimientos que fundamenten la protección de lugares como este humedal, y luego para demostrar que, con diálogo y razonamiento, se pueden encontrar puntos de interés común, incluso en quienes parecen antagonistas. En este desierto de polarización y controversias, tenemos que ser un oasis de entendimiento.
Solange Vargas es doctora en Biología y Ecología Aplicada, y académica del departamento de Química y Biología de la Universidad de Atacama.
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