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En el cielo, no todo lo que brilla son estrellas. Tan luminosos como algunas constelaciones, aunque mucho más cercanos, en los últimos años se han puesto en órbita satélites comunicacionales que compiten en resplandor con los astros y planetas más reconocidos del firmamento. Pretenden mejorar la conectividad del planeta, pero de paso están amenazando la observación astronómica.
Hay un satélite en específico que, literalmente, se lleva todas las luces. Se llama BlueWalker 3 (BW3), es propiedad de la compañía AST SpaceMobile y funciona como una especie de antena telefónica espacial que entrega cobertura móvil orbital en 4G y 5G. Fue lanzado en septiembre de 2022 y tiene una antena de 64 metros cuadrados, la más grande jamás desplegada en órbita terrestre baja, que refleja muy intensamente la luz solar.
Tanto, que a ciertas horas de la noche, el BW3 puede llegar a ser tan brillante como la octava estrella más visible desde la Tierra. Es decir, que desde algunos lugares solo es superado en brillo nocturno por la Luna, Júpiter, Venus y siete estrellas más.
Así lo demostró un informe publicado hace unas semanas en la revista Nature, y que fue liderado por Sangeetha Nandakumar, investigadora del Instituto de Astronomía y Ciencias Planetarias (INCT) de la Universidad de Atacama, y egresada del doctorado de esa casa de estudios.
Para las y los astrónomos, que un satélite tenga tanto brillo no tiene ningún brillo, como decimos en Chile, pues interfiere gravemente en su trabajo de observación.
“Para observar un objeto lejano, debemos apuntar el telescopio durante un buen rato y así recoger bien la luz”, explica Mario Soto, doctor en Astronomía, académico de la U. de Atacama y parte del equipo que investigó al BW3. “Pero de pronto se intersecta este satélite y te sale una mancha blanca alrededor de la imagen, como un destello. Eso te perjudica, porque no te permite ver lo que está detrás de su brillo”.
El informe que publicaron tuvo repercusión global y con él esperan generar algún tipo de regulación internacional para el brillo de estos dispositivos. “Se trata de un problema mundial, ya que los satélites aprobados por cualquier país son visibles en el cielo nocturno de todo el mundo, lo que pone de relieve la importancia de la coordinación internacional», dijo Jeremy Tregloan-Reed, uno de los autores del estudio y también investigador de la U. de Atacama.
Lamentablemente, no hay mucho tiempo: AST SpaceMobile espera lanzar casi un centenar de estos satélites en los próximos años, algunos el doble de grandes que el BW3.
Un cielo sembrado de satélites
Desde el siglo XX, con la masificación de la electricidad, la contaminación lumínica ha sido una de las principales enemigas de la astronomía. Los observatorios, que antes se ubicaban en el medio de las ciudades, se tuvieron que replegar a lugares cada vez más aislados y evitar así el aura de las ciudades, visible a muchos kilómetros de distancia.
Esa lejanía, además de una buena altura y condiciones climáticas inigualables, hicieron del Desierto de Atacama el mejor lugar del mundo para la investigación astronómica. Por eso, Chile concentra cerca del 60% de la capacidad de observación mundial. Por la misma razón, también, nuestro país sería el más afectado con la irrupción de estos enormes satélites brillantes.
“Todo el círculo virtuoso que hemos visto en la astronomía nacional, con inversión internacional, expertos que llegan de todo el mundo, las universidades chilenas que se benefician al aumentar la cantidad y calidad de sus publicaciones, se vería perjudicado si proliferan más de estos satélites”, advierte Soto. “Alteraría gravemente este ecosistema de investigación astronómica extendido por todo Chile”.
Según informan medios internacionales, en este momento hay 18 constelaciones de satélites en desarrollo. Entre ellas las de Starlink —la empresa de internet satelital de Elon Musk—, Amazon Kuiper y OneWeb. Expertos como Jonathan McDowell, del Centro de Astrofísica Harvard-Smithsonian, proyectan que de aquí al 2030 podríamos tener hasta 100.000 de estos satélites en órbita.
“Esto no significa que los astrónomos estemos diciendo que estos satélites no deberían ponerse en órbita”, dice Soto. “Al contrario, son un avance científico importante, en particular para las comunidades apartadas o remotas. Pero la Unión Astronómica Internacional (UAI) ha hecho algunas recomendaciones y solicitudes para normar su impacto lumínico. Si no se regula, puede hacerse imposible llevar a cabo algunos tipos de observación desde la Tierra”.
A quienes estén estudiando objetos muy débiles o lejanos, por ejemplo, se les dificultará mucho la tarea. “Para eso debes apuntar el telescopio a una región del cielo por mucho tiempo”, explica el investigador. “La posibilidad de que en ese rango temporal pase un satélite y te deje una raya, es alta. El brillo de los satélites, por decirlo así, vela las imágenes y las hace inutilizables después”.
Apaguen la luz
Para Chile, la contaminación lumínica se ha vuelto un tema de Estado. Como nuestros cielos son un patrimonio mundial, el año pasado el Ministerio de Ciencia publicó un decreto que declaró a 29 comunas del norte, en las regiones de Antofagasta, Atacama y Coquimbo, como “áreas con valor científico y de investigación para la observación astronómica”.
Esto significa, entre otras cosas, que el cielo de estas localidades estará más protegido de la luz artificial, “con una reducción de la radiancia espectral, en rangos ultravioleta e infrarrojo cercano, y en el color azul”.
En términos prácticos, esto implica un cambio en la temperatura de la luz: del frío blanco que predomina en la luminaria pública se pasará a un tono más cálido, que es menos invasivo. Además, se modificará la dirección del alumbrado, que por ley deberá ser siempre hacia abajo y nunca hacia arriba, y los letreros luminosos no podrán funcionar entre las 00 y las 7 horas.
“La luz blanca es muy perjudicial”, reconoce Mario Soto, “No solo para las observaciones y la astronomía, sino que también para los ciclos biológicos y de sueño de los seres vivos”. Esta comprobado que la exposición prolongada a luces frías modifica los patrones de sueño y descanso, tanto de las personas como de los animales y plantas.
“Lo que permiten estas zonas protegidas es que nuevos proyectos de observatorios se sigan instalando en Chile, ya que demuestra una mirada responsable desde el Estado hacia la astronomía”, añade.
Ahora, la misión es que esa responsabilidad también la asuma el resto del mundo. Para eso, desde la U. de Atacama seguirán investigando el efecto del brillo satelital en la observación astronómica. “Habrá más estudios sobre este tipo de satélites y también sobre otros, como los de Starlink y Amazon. Nuestro objetivo es encontrar la forma de mitigar lo máximo posible estas consecuencias”. Y que en el cielo nocturno solo brillen las estrellas.