Cómo los microorganismos nos podrían liberar de los pesticidas

Los microbios que provocan estas enfermedades pueden ser controlados con otros microorganismos. Bichos contra bichos. Y sin residuos que dañen la salud humana.

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Los pesticidas son como un hermano menor, un perro cachorro o como Arturo Vidal: hay tantas razones para amarlos como para odiarlos. Tienen muy mala fama, pues contaminan el suelo, las aguas y la atmósfera, pero cumplen una función elemental para la seguridad alimentaria mundial.

Cerca de un tercio de la producción agrícola global se perdería si no se aplicaran estos productos, que controlan los hongos, bacterias y otros patógenos que enferman a los alimentos. Aparte de protegerlos mientras crecen, también permiten que los productos de exportación, especialmente las frutas, eviten la pudrición antes de llegar a su destino, que muchas veces se encuentra a decenas de miles de kilómetros.

El problema es que cada año, de acuerdo a la OMS, ocurren en el mundo 25 millones de intoxicaciones por plaguicidas, en las que mueren 20.000 personas. Un informe del Ministerio de Salud dice que Chile, para el 2019, tenía una tasa de 3,3 intoxicados por 100 mil habitantes.

Aunque ya se han prohibido internacionalmente varios productos con demostrado riesgo tóxico —como el DDT—, el uso excesivo de plaguicidas autorizados igual puede provocar un profundo daño al suelo y las aguas subterráneas, lo que a su vez implica una pérdida de recursos para las y los agricultores.

La humanidad, por razones obvias, no se puede dar el lujo de dilapidar todo ese alimento, pero tampoco las economías de tantos países, incluido Chile, que dependen en gran medida de la venta de frutas y verduras.

Parece ser un dilema insoluble: ¿dejamos de contaminar —pero también dejamos de comer— o seguimos comiendo —pero sin parar de degradar el medio ambiente?

Increíblemente, la respuesta a este inmenso embrollo es pequeña, y para hacerlo aún más paradójico, es una solución que proviene del mismo problema. En pocas palabras: que los microorganismos que provocan estas enfermedades, principalmente bacterias y hongos, pueden ser controlados con otros microorganismos. Bichos contra bichos. Y sin residuos que dañen el agua, el suelo ni la salud humana.

Una súper bacteria ariqueña

Son lo que la industria agrícola llama bioinsumos, es decir, productos para mejorar el rendimiento de los cultivos pero que, en vez de tener un origen sintético, se basan en especies biológicas. Como la Pseudomonas lini S57, una bacteria recientemente patentada por la Universidad de Tarapacá (UTA), que no solo tiene propiedades biofungicidas —ya que controla a hongos fitopatógenos que afectan a las plantas—, sino que además es bioestimulante y promueve el crecimiento de las especies.

“Nuestra inspiración original, y lo que queremos lograr con todo esto, es tratar de bajar la carga de plaguicidas en el ambiente”, dice Germán Sepúlveda, doctor en ciencias biológicas y quien lideró esta larga investigación de la UTA. Sepúlveda ha pasado buena parte de este siglo buscando e identificando microorganismos con características de “antagonista”, que es como se denomina a aquellas especies capaces de contrarrestar a sus parientes maliciosos.

El camino ha sido largo: el 2012 se adjudicaron un proyecto del Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola (FIDA) para rastrear y caracterizar a estos antagonistas, con la intuición de que en el altiplano chileno, donde hay tanta flora y fauna endémica, también podrían existir microbios únicos, resilientes a estas condiciones extremas —como la alta oscilación térmica, el suelo salinizado o bajos niveles de oxígeno y agua— y capaces de ayudar a las plantas a crecer más y mejor.

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Así se ven de cerca las Pseudomonas lini.

Después, el 2015, se asociaron a la Universidad de California Davies, quienes les ayudaron a sistematizar la metodología y ordenar el trabajo. Así, en tres años, consiguieron coleccionar 500 hongos y 500 bacterias de la región de Arica y Parinacota, especialmente en poblados precordilleranos como Socoroma y Chapiquiña.

“Revisamos las características funcionales de cada bacteria que encontramos”, explica Sepúlveda. “Evaluamos su velocidad de crecimiento, producción de sideróforo —que ayuda a absorber hierro y también a combatir patógenos—, fijación de nitrógeno atmosférico o producción de auxinas —hormonas que estimulan el crecimiento de las plantas”.

De las quinientas seleccionaron setenta; de las setenta se quedaron con veinte. Y de esas veinte, la que mejor rendimiento presentó fue una bacteria Pseudomonas lini que encontraron en un cultivo familiar de orégano, el 2017. Resultó ser la elegida porque tiene una doble función: además de ser biofungicida, y actuar contra hongos que causan problemas en las raíces de los cultivos, es promotora del crecimiento vegetal.

“La probamos en tomate, la probamos en pimentones, también en jengibre y otras plantas, y efectivamente estas se desarrollan mejor y tienen un desarrollo radical mucho más vigoroso cuando se inoculan con esta cepa”, cuenta el investigador. La bacteria se instala en la raíz y desde ahí, al mismo tiempo que la protege de algunos enemigos, fortalece su crecimiento. Como dicen en los negocios: un win-win.

Microorganismos: el futuro de la industria agrícola

Germán Sepúlveda, que ha dedicado su vida a investigar las enfermedades de las plantas, y por lo tanto ha trabajado de cerca con la industria agrícola, sabe muy bien que esta no es una actividad bucólica ni armónica, como muchos la piensan.

“Al contrario”, dice, “la agricultura es una de las actividades humanas que más interviene el medioambiente y que más lo ha contaminado”. Especialmente por el uso de plaguicidas y fertilizantes sintéticos, que permanecen en el suelo por mucho tiempo —Sepúlveda ha encontrado efectos residuales de estos químicos diez años después de su aplicación—, llegan a las fuentes de agua y ponen en riesgo a los ecosistemas y comunidades.

La gracia de los bioproductos, como el desarrollado en la UTA, es que tienen más de una gracia. Ya dijimos que estos microorganismos estimulan el crecimiento, también que actúan como fungicida natural y además que no contaminan. A eso hay que sumarle otra virtud: que degradan los residuos dejados por los químicos, actuando como una especie de aseadores del suelo.

“Estas bacterias también ayudan a fijar los fertilizantes, como el fósforo”, explica Sepúlveda. “Mucho fósforo queda retenido en el suelo, se satura y las plantas no lo pueden utilizar. Pero estos microorganismos lo solubilizan y lo vuelven a hacer disponible para los vegetales”.

Si uno lo mira de manera más holística, trabajar con bioinsumos, ya sea estimulantes o plaguicidas, no es otra cosa que reincorporar materia orgánica al suelo. “Eso ayuda mantener el ciclo de energía, algo que calza perfecto con el concepto de economía circular, que tanto se usa hoy. Es ayudar a la naturaleza con naturaleza”.

¿Por qué, si resulta tan beneficioso, todavía no hay un uso y desarrollo masivo de productos agrícolas biológicos? Sepúlveda dice que la razón, como casi todas las razones, es económica.

“Hacer investigación en Chile es carísimo y solo algunos locos nos dedicamos a esto”, responde. Ellos, por ejemplo, necesitaron catalogar quinientas bacterias antes de encontrar una como la Pseudomonas linis. “Aún sabemos muy poco de lo que existe. En el mundo, conocemos cerca de un millón y medio de especies de hongos. Puede parecer mucho, pero se estima que hay seis millones de especies. Es decir, conocemos apenas una fracción”.

Sin ese largo trabajo de campo, para el que aún hay pocos recursos y personas, “tendríamos una herramienta menos para combatir plagas y enfermedades en nuestros cultivos. Todo parte desde el conocimiento de lo que existe, y para eso se requiere de más presupuesto”.

A pesar de eso, Germán Sepúlveda está “absolutamente convencido” de que Chile, en el corto plazo, se volcará al desarrollo de la industria de bioinsumos. Ya existen algunos ejemplos interesantes y exitosos —como PhageLab—, así como otros que están en crecimiento. Si este investigador tiene razón, ya no tendremos que elegir entre alimentarnos o no contaminar: más pronto que tarde podremos comer sabiendo que la tierra está en buenas manos. Las manos de los microorganismos.