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El litio, al igual que el cobre y otros metales que explotamos en Chile, más parece un ave migratoria que un mineral estratégico.
Una vez que se extrae de los salares, se exporta en forma de carbonato o hidróxido de litio, casi todo —el 94%— con destino al Asia Oriental. Tiempo después, una muy pequeña parte volverá a nuestro país, pero ahora no como un polvo sino que dentro de sofisticadas baterías eléctricas, vitales para el funcionamiento de vehículos o dispositivos electrónicos, o como lubricante de maquinarias. Y cuando estos se echan a perder, queden obsoletos o pasen de moda, es posible que el litio en su interior —si cumple con el reglamento transfronterizo de residuos— cruce de nuevo el Pacífico, ahora como basura, comprada por los chinos para su reciclaje.
Por muy ilógico que suene, ese es el ciclo de muchas de nuestras materias primas mineras: salen como un ingrediente, vuelven como un producto y, luego, se van otra vez en forma de desecho. Unas millas acumuladas que solo producen una enorme huella de carbono pero que nos proporcionan, al mismo tiempo, una enorme oportunidad que espera ser aprovechada.
Se trata del reciclaje de las baterías de litio, un elemento presente en la mayoría de los aparatos tecnológicos actuales —desde pequeños audífonos hasta potentes aspiradoras robot— y del cual, una vez que se descarta, se pueden recuperar más del 90% de sus componentes.
Eso es lo que demostramos el 2019, cuando hicimos una investigación financiada por el gobierno regional metropolitano, donde encontramos una metodología eficiente y escalable para revalorizar las baterías de litio desechadas, con el objetivo de darle competitividad a la industria local de reciclaje electrónico.
Publicamos los resultados en una guía educativa, que explica el contexto y el proceso de forma simple y didáctica, disponible como libro impreso y también en formato digital y gratuito. Lamentablemente, primero por el estallido social y después por la pandemia, no pudimos darle la divulgación que merecía.
Pero el año pasado, gracias a un fondo del programa Explora, del Ministerio de Ciencia, pudimos cerrar el proceso y presentar el libro donde más nos interesaba: en las regiones y zonas donde la extracción de estos minerales genera un fuerte impacto ambiental y social.
Estuvimos en Antofagasta, San Pedro de Atacama, Toconao, Copiapó y Caldera, entregando copias de los libros a bibliotecas públicas, escuelas, sedes vecinales y fundaciones, así como dando charlas y generando conversaciones sobre las posibilidades del reciclaje del litio. Queremos mostrar que no todo es explotación y extracción: que realmente, si nos lo proponemos, el uso de baterías puede ser sustentable y circular.

Para lograrlo, eso sí, debemos impulsar una industrialización del reciclaje y generar unas condiciones que nos permitan tener los reactores y la infraestructura para este tipo de procesos. Es lo que se llama ingeniería inversa o minería urbana: gestionar, y desmontar los desechos electrónicos para separar y recuperar sus materias primas.
En nuestra investigación conseguimos recuperar el cobre, el grafito, el aluminio y el material de cátodo de las baterías, que es donde están los metales más valiosos, como el cobalto, el litio, el niquel y el manganeso. Si la batería se encuentra en buen estado, es posible rescatar la totalidad de estos elementos.
De acuerdo a los datos que obtuvimos el 2019, pero que hoy deben ser aún mayores, en Chile se desechaban anualmente más de 3 millones de teléfonos móviles y más de 500 mil computadores. De ellos, el 81% tenía destino desconocido y el resto se eliminaba junto a la basura doméstica, terminando en vertederos o rellenos sanitarios. Es decir, miles de kilos de valiosos metales no renovables perdidos.
Es cierto que los puntos de acopio de residuos electrónicos han aumentado, pero ese reciclaje no se hace en el país: como dijimos antes, mucha de esa chatarra es vendida a China, donde tienen la capacidad de recuperar todos los metales y elementos de la tabla periódica que se encuentran en estos dispositivos. Así como Europa dejó de exportarles su basura tecnológica a los chinos para empezar a procesar sus propios residuos electrónicos, la idea es que nosotros consigamos lo mismo y recuperemos nuestras materias primas.
Además de achicar la huella de carbono y promover la circularidad de los materiales, haciéndonos cargo de la salud de las personas y el medio ambiente, empujar el reciclaje de baterías de litio también significa avanzar hacia una sociedad que no solo extrae recursos naturales sino que camina hacia un desarrollo basado en el conocimiento, que aporta valor agregado, ofrece empleos atractivos y con propósito, y nos permite transformar estos problemas en oportunidades de crecimiento sostenible.
María Luisa Valenzuela es doctora en Química, investigadora y decana (i) de la Facultad de Ingeniería de la Universidad Autónoma de Chile.