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Armados con pistolas de agua, gritos y carteles, grupos de habitantes de Barcelona comenzaron a espantar a los turistas que invaden su ciudad durante cada verano. Ya no aguantan más: el descontrol de la industria turística, que trajo a 12 millones de personas el 2023, les hace la vida cada vez más difícil a los vecinos de la capital catalana.
Ha encarecido el precio de la vivienda a niveles difíciles de pagar, degradado los tejidos sociales y saturado los espacios y servicios públicos. Esas imágenes, de manifestantes mojando el almuerzo de los visitantes, posiblemente se repliquen en otros lugares del mundo. Y aparte de agua, disparan una gran pregunta: ¿es posible un turismo sin efectos negativos?
Hace más de cinco años que un grupo de municipios de La Araucanía intenta responder positivamente a ese dilema: que no solo es posible promover atracciones turísticas para fomentar el desarrollo económico y social, sino que además esto puede servir para proteger todavía mejor el patrimonio local.
Es lo que pretende el Geoparque Kütralkura, ubicado en la zona andina de esa región, un territorio compuesto por las siete comunas de la Asociación de Municipalidades Cordilleranas de la Araucanía —Lautaro, Vilcún, Cunco, Lonquimay, Curarrehue, Melipeuco y Curacautín—, donde abundan los volcanes, los bosques nativos, las reservas y parques nacionales.
Por su registro geológico único, la UNESCO reconoció el 2019 que ese espacio merecía destacarse a nivel global. Por eso, lo agregó a su lista de geoparques mundiales, el primero de este tipo en Chile.
¿Qué es un geoparque? Según la UNESCO —la división de Naciones Unidas para cuidar el patrimonio y la cultura—, se trata de “áreas geográficas únicas y unificadas”, donde existen “sitios y paisajes de importancia geológica internacional”. Kütralkura, que en mapuzungun quiere decir “piedra de fuego” —por la cantidad y actividad de sus volcanes—, lo es por su innegable riqueza natural y cultural.
“En Kütralkura hay siete áreas silvestres protegidas que administra Conaf”, detalla Gonzalo Verdugo, vicerrector regional de la Universidad Mayor, institución que es parte del comité técnico del geoparque. “Están los parques nacionales Conguillío, Tolhuaca y Huerquehue; y las reservas Malalcahuello-Nalca, China Muerta, Alto Biobío y Villarrica. Muchas de ellas con volcanes, como el Tolhuaca, el Lonquimay, el Llaima, el Nevado de Sollipulli o el Quetrupillán”.
El objetivo de todos los geoparques, incluido el Kütralkura, más que atraer a grandes cantidades de turistas, es “sensibilizar a la población de la importancia que tiene el patrimonio geológico para la historia y la sociedad actuales”, dice la UNESCO. “Los geoparques favorecen que los habitantes locales se enorgullezcan de su región y se identifiquen con ella. Gracias a la generación de nuevas fuentes de ingresos por el geoturismo, se estimula la creación de empresas locales innovadoras, nuevos puestos de trabajo y cursos de formación de alta calidad, al tiempo que se protegen los recursos geológicos de la zona”.
Turismo + ciencia = ecoturismo
Érika Álvarez es la directora del Centro Tecnológico TerritorioMayor, espacio de investigación aplicada que aborda las desigualdades territoriales, el desarrollo sustentable y el derecho a la ciudad en la Araucanía. A través del centro, ella ha participado activamente en el proyecto del geoparque, tanto en la postulación a la UNESCO como en la implementación, creando la plataforma web, materiales educativos y capacitaciones a la comunidad.
“Da gusto la apropiación que se ha logrado”, dice Álvarez desde Temuco. Cuenta que en las actividades con los distintos grupos involucrados —emprendedores, escuelas o comunidades—, mucha gente llega con sus gorras o poleras de Kütralkura, identificados con el geoparque.
“Eso se ha dado porque todas las decisiones se han construido desde lo local, con los municipios, con la gente, siempre discutiendo qué se va a hacer, al revés de como han sido generalmente estos proyectos, donde llega alguien con una súper idea, la pone en el territorio y espera que al resto le guste”.
Los habitantes originarios de lo que hoy es el geoparque son el pueblo pehuenche —los mapuche de la cordillera—, y parte importante del proyecto es resguardar y potenciar su cosmovisión y cultura. Para eso, en Kütralkura intentan ser lo menos invasivos posibles en el territorio: las cargas de visitantes son limitadas, pues lo prioritario es hacerlo sustentable más que rentable.
“El turismo sustentable no es un discurso”, explica Álvarez: “es realmente regular cuánta gente puede soportar el sistema. Tal vez lo más difícil de comunicar es que acá lo primordial no es el beneficio personal, de un restaurante, una tienda o un hotel; es buscar lo mejor para todo un ecosistema”.
Ahí, aunque no lo parezca, el rol de la ciencia es protagónico: solo mediante estudios e investigaciones rigurosas se puede obtener la información necesaria para desarrollar planes de manejo eficientes, capaces de indicar cómo, dónde y cuánto conviene intervenir. ¿Qué especies se ven alteradas con un sendero? ¿Cuánto afecta la presencia de un mirador en este bosque? ¿Cuál es el número máximo de visitas que puede tener esta zona?
“Las regiones con tesoros y riquezas naturales tan grandes como las que tiene La Araucanía deben mirar estratégicamente su modelo de desarrollo”, explica el vicerrector Verdugo. “No pueden ser extractivistas, pues rápidamente deteriorarán ese patrimonio que las hace tan especiales. Ahí es donde el turismo de interés especial, un turismo mucho más específico, de grupos chicos, con guías de aprendizaje, más contenido, entrenado y guiado, asegura que su impacto en zonas naturales protegidas sea el mínimo”.
La pregunta que siempre le hacen a Verdugo es: si van pocos turistas, ¿dónde está el negocio? “Lo que pasa”, responde, “es que este es un turismo distinto, que hoy tiene un mercado global de muy alto estándar. No es gente que viaja para descansar, consumir o divertirse, sino que para aprender, experimentar y conocer tesoros naturales que se encuentran en muy pocas partes”.
“Por suerte”, continúa, “acá tenemos todavía mucho endemismo de flora, fauna y cultura, con algunos paisajes, como los de los volcanes, que parecen de otra era geológica, cuando la Tierra aún era joven. O los humedales, que con su inmensa cantidad de aves hoy atraen al turismo de avistamiento o birdwatching, gente de todo el mundo que hace cacería fotográfica. Ellos son turistas tremendamente cuidadosos y respetuosos con estos ecosistemas que valoran demasiado”.
El trabajo científico también es fundamental para potenciar el relato con el que se comunica el valor del geoparque a los turistas. En el ecoturismo —o geoturismo, si nos ponemos más específicos—, la narrativa que existe detrás de cada hito natural es muy valorada por los visitantes, en su mayoría personas conocedoras y bien informadas. Los datos biológicos, históricos y geológicos precisos son, por lo tanto, el principal insumo de guías y monitores.
“El contenido realmente transforma la experiencia turística o el paisaje en el que se está”, señala Verdugo. “En el caso de Kütralkura, son 300 millones de años de historia geológica. Que mientras observas el valle de un volcán, por ejemplo, te cuenten que la Tierra en la época jurásica era muy parecida, inmediatamente la visita adquiere una valoración tremenda”.
Lo que más destaca Érika Álvarez del Geoparque Kütralkura es la horizontalidad con la que se ha cocreado el proyecto. La universidad, mediante el Centro TerritorioMayor, no ha impuesto nada: todo fue, y sigue siendo, trabajado y consultado por todas las partes involucradas, tal como lo promueve la UNESCO.
Este inmenso esfuerzo, todavía no muy conocido en Chile, tendrá un gran reconocimiento internacional el 2025, pues Kütralkura, y toda la región de La Araucanía, será en octubre la sede del Encuentro Mundial de Geoparques. “Vendrán unas 1200 personas, de 48 países y representando a los 213 geoparques. Será el primero que se hará en América Latina y todos los ojos del geoturismo del planeta estarán puestos acá”.
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